Rumbo a los cien años de Asimov [22]: Mis primeras ventas.

Hasta que no tuve diecisiete años no se me ocurrió que debía crear narraciones con un final definido en vez de inventar cosas al azar. Empecé un relato de esos en mayo de 1937; se llamaba Cosmic Corkscrew; avanzaba a rachas, y a veces permanecía relegado en el cajón de mi escritorio durante meses. Pero a principios de 1938 Astounding cambió su fecha de aparición sin avisar y no llegó en el día esperado. Temí que hubiese dejado de publicarse, llamé a Street & Smith y descubrí que se iba a publicar otro día. El pánico momentáneo que me había producido el pensar que la revista había desaparecido me hizo sacar del cajón Cosmic Corkscrew y terminarlo. Quería presentar la narración mientras siguiera habiendo algún lugar donde poder hacerlo. La terminé en junio de 1938.

¿Por qué esta prisa repentina por enviarla? Para 1938 estaba harto de todos los folletines menos de los de ciencia ficción. Leía exclusivamente este género y sus escritores estaban empezando a parecerme semidioses. Yo también quería ser un semidiós. Además, si vendía alguno de mis relatos, podría ganar algo de dinero y deseaba ardientemente poder pagar parte de la enseñanza universitaria sin recurrir a mi padre.

Durante el verano de 1935 había tenido un trabajo temporal, pero fue insoportable y prefería mucho más ganar dinero con la máquina de escribir. Pero una vez terminado el relato, ¿cómo presentarlo? Mi padre, con menos mundo que yo todavía, sugirió que fuera a ver en persona al director y le entregara el manuscrito. Le dije que estaría demasiado asustado para hacer algo así. (Me imaginaba al director expulsándome de la oficina con frases ofensivas). Mi padre dijo:

—¿De qué hay que tener miedo? —Claro, él no iba a ir.

Para mí, obedecer a mi padre era una costumbre arraigada desde hacía mucho tiempo, así que fui en metro hasta Street & Smith y pedí ver al señor Campbell. No me lo podía creer cuando la recepcionista le llamó y después me dijo que el director me recibiría. Esto fue posible gracias a que yo no era un desconocido para él. Había estado recibiendo y publicando mis cartas, así que sabía que yo era un gran aficionado a la ciencia ficción. Además, como descubrí después, era un conversador incansable que necesitaba audiencia y en ese momento pensó que yo le escucharía sin chistar.

Me trató con el mayor respeto, cogió mi manuscrito, prometió que lo leería con rapidez y mantuvo su promesa. Me lo devolvió casi a vuelta de correo, pero su carta de rechazo era tan amable que empecé a escribir otro relato de inmediato, se llamó The Callistan Menace. Sólo me costó un mes escribirlo. A partir de entonces, escribí uno al mes, y lo enviaba a Campbell. Él lo leía y me lo devolvía con comentarios muy útiles. Hasta el 21 de octubre de 1938, exactamente cuatro meses después de mi primera visita a Campbell, no logré vender mi tercer relato, Marooned off Vesta, pero no a Campbell, que lo había rechazado. Lo vendí a Amazing Stories, cuyo nuevo dueño, Ziff-Davis, decidió publicar relatos de acción y, al bajar la calidad, incrementó la tirada.

Amazing Stories estaba dirigida por Raymond A. Palmer, un jorobado de 1,20 metros con una mente muy viva y muy poco ortodoxa. Años después creó, casi sin ayuda, la locura de los platillos volantes y se dedicó a la publicación de revistas de seudociencia. Murió en 1977 a los sesenta y siete años. Nunca lo conocí en persona, pero fue el primer director que compró una de mis narraciones, y andando el tiempo él lo contaba con orgullo.

Cobré 64 dólares por ella y apareció en el número de marzo de Amazing. La revista llegó a los quioscos el 9 de enero de 1939, una semana después de mi decimonoveno cumpleaños. Mi padre envió pomposas cartas a todos sus amigos (yo no me enteré de que lo había hecho) y parecía dispuesto a seguir haciéndolo con cada relato que lograra vender. Me costó mucho conseguir que dejara de hacerlo. Después, vendí mi segundo relato, Callistan Menace, a Fred Pohl y apareció en el número de abril de 1940 de Astonishing. Nunca vendí mi primera narración Cosmic Corkscrew ni cualquier otro de mis primeros siete relatos. Ninguno de ellos existe ya.

Sospecho que cuando me fui de la ciudad en 1942 (por razones que diré después), mi madre, ignorando lo que tenía, los tiró. Desde el punto de vista literario no era ninguna pérdida, más bien el mundo ganó con su desaparición. Pero, históricamente, fue una pena. Siempre existe un cierto interés por las obras juveniles. La primera narración que vendí a John Campbell se llamaba Trends y apareció en Astounding en julio de 1939. Para entonces Amazing ya había publicado otro de mis relatos, uno bastante malo llamado The Weapon Too Dreadful to Use (Amazing, mayo de 1939), así que mi primer relato de Astounding era el tercero publicado.

Nunca me gustó mucho. Siempre he rechazado estas dos primeras historias porque nunca me gustó la Amazing de Ziff-Davis y me daba vergüenza que mis relatos estuvieran en tan mala compañía. Yo quería aparecer en Astounding y en mi corazón intento considerar Trends mi primera obra publicada. Sin embargo, estoy equivocado al hacerlo, ya que estas dos narraciones quizá me salvaron de un destino peor que la muerte. John Campbell era un partidario acérrimo de los nombres cortos y simples para sus escritores y estoy seguro de que me habría pedido que utilizara un seudónimo del tipo de John Smith, yo me habría negado categóricamente a hacerlo y quizás habría abortado mi carrera como escritor.

Sin embargo, estas dos primeras narraciones aparecieron en Amazing con mi nombre real, Isaac Asimov. A Palmer esto no le preocupaba en absoluto, Dios le bendiga, y a lo mejor como era un hecho consumado y mi nombre, mi verdadero nombre, había aparecido en las páginas de las revistas de ciencia ficción, Campbell no dijo ni palabra. Así, mi verdadero nombre apareció en las respetadas páginas de Astounding.

En total, en mi último año en Columbia gané 197 dólares. No era mucho, aunque en 1939 se trataba de una cantidad más importante de lo que es ahora, pero marcó un comienzo. No sólo pude empezar a pagar mis gastos de enseñanza, sino que también fue el principio de mi libertad, de mi capacidad para mantenerme solo. Todo ello representaba mucho más que eso para mí, ya que había una cosa que yo ansiaba más que el dinero. Lo que yo quería, lo que yo soñaba, era ver mi nombre en el índice y, en letras todavía mayores, en la primera página de la publicación.

Lo he logrado, y eso me entusiasma.


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Rumbo a los cien años de Asimov [21]: Donald Allen Wollheim.

Donald Allen Wollheim había nacido en 1914 y era el mayor de todos los Futurianos. Constituía el miembro más dinámico y dominaba la sociedad. Probablemente era el mayor aficionado a la ciencia ficción de todo el país, con la posible excepción de Forrest J. Ackerman, de Los Ángeles.

No era guapo, tenía una nariz bastante prominente y cuando le conocí también sufría (al igual que yo) un grave caso de acné. Sin embargo, poseía una autoridad innegable a pesar de ser tan serio como Cyril Kornbluth. En 1941 se convirtió en el director de dos revistas de ciencia ficción: Stirring Science Fiction y Cosmic Stories. Los recursos para su publicación eran muy escasos. En realidad no tenía dinero para pagar las narraciones y dependía de los compañeros Futurianos, que le suministraban el material que no podían vender. Incluso me pidió a mí un relato y le di uno que se llamaba The Secret Sense, que apareció en el número de marzo de 1941 de Cosmic. No lo había podido vender porque era realmente malo, incluso para mí, así que estaba dispuesto a contribuir con él, por amistad.

Pero F. Orlin Tremaine, que había editado Astounding hasta 1938, también había lanzado una nueva revista, Comet Stories, y pagaba la increíble suma de un penique por palabra. Me dijo que los escritores que cedían historias a las revistas que no pagaban ayudaban a que éstas quitaran lectores a las que sí pagaban. Dichos escritores estaban perjudicando a los demás y a la ciencia ficción en general y debían estar en una lista negra. Eso me asustó. Llamé inmediatamente a Wollheim y le pedí diez dolares por mi historia (0,2 centavos por palabra) sólo para poder decir que me habían pagado por ella. Wollheim me pagó, pero junto con el cheque me envió una carta muy desagradable.

Siguió haciendo grandes cosas. Escribió muchos relatos cortos, el primero de los cuales fue The Man from Ariel (Wonder Stories, enero de 1934), que fue publicado cinco años antes que mi primer relato. El que más me impresionó fue Mimic (Fantastic Novels, septiembre de 1950). También escribió varias novelas de ciencia ficción, la mayoría para jóvenes. No obstante, era evidente que, al igual que el legendario John Campbell de Astounding, prefería editar a escribir. Editó la primera antología de revistas de ciencia ficción, The Pocket Book of Science Fiction, en 1943. Fue editor de Ace Books durante mucho tiempo, donde realizó un trabajo estimable e innovador. Después fundó DAW Books, la primera editorial de libros de bolsillo dedicada únicamente a la ciencia ficción, y mientras lo hacía, ayudó a varios y buenos escritores contemporáneos en ese género.

En 1971 publicó The Universe-Makers. Era una historia de la ciencia ficción en la que trataba de desenmascarar algunos de los aspectos descabellados de la leyenda de Campbell. También hablaba favorablemente de relatos míos pertenecientes a la serie de la Fundación (de los que hablaré a su debido tiempo) y afirmaba que habían establecido el comienzo de la ciencia ficción moderna. Aunque yo no estaba de acuerdo con él en todo, acepté agradecido sus elogios y finalmente le perdoné el incidente de The Secret Sense. (Sí, soy susceptible a los halagos. Todo el mundo se da cuenta enseguida, sobre todo mis editores).

Don sufrió en 1989 un ataque de apoplejía que le inmovilizó gran parte del cuerpo, pero no su mente. DAW Books sigue adelante sin problemas bajo la dirección de su mujer, Elsie (su única mujer, un caso que a veces creo que es bastante sorprendente entre los escritores de ciencia ficción), y su hija Betsy.


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Rumbo a los cien años de Asimov [19]: Frederik Pohl.

Frederik Pohl nació en 1919 y es sólo unas semanas mayor que yo. Cuando nos encontramos como compañeros Futurianos en septiembre de 1938, los dos estábamos a punto de cumplir los diecinueve años. A pesar de tener mi misma edad, él siempre ha sido más astuto y ha tenido mucho más sentido común que yo. Lo reconozco y acudiría a pedirle consejo sin dudarlo.

Es más alto que yo y su voz es serena. Sus dientes son un tanto prominentes y, a menudo, la expresión de su cara es burlona, lo que le da un aspecto de conejo, pero, para mí, agradable, porque me gusta mucho. Tiene el pelo claro y cuando lo conocí ya le empezaba a ralear. Fred es una persona muy especial. No lanza destellos de vez en cuando, como yo y algunos otros Futurianos. Él brilla con una luz clara y uniforme. Es uno de los hombres más inteligentes que he conocido y, a menudo, escribe cartas o artículos para las revistas de aficionados o profesionales expresando sus opiniones sobre temas científicos y sociales. Los leo con avidez, ya que escribe muy bien y con mucha claridad y, a lo largo de cincuenta años, nunca he discrepado de nada de lo que ha dicho. En las pocas ocasiones en las que ha expresado un punto de vista diferente del mío, me he dado cuenta de inmediato de que yo estaba equivocado y él tenía razón.

Creo que es la única persona con cuyas opiniones nunca estoy en desacuerdo. Siempre me he sentido más cerca de él que de ninguno de los demás Futurianos, a pesar de que nuestras personalidades y circunstancias fueran tan diferentes. Tuvo una infancia inestable, aunque nunca hablaba mucho de ello, y la Gran Depresión le obligó a abandonar la escuela.

Sale del paso lo mejor posible y se refiere a sí mismo con humor como alguien «dado de baja de la escuela». Pero no se deje engañar. Siguió con un programa autodidacta que le ha permitido saber mucho más sobre muchas más cosas que la mayoría de personas que han tenido una educación tan intensiva como la mía. Su vida social también ha sido muy agitada. Se ha casado cinco veces, pero su matrimonio actual con Bette parece feliz y estable. Cuando nos conocimos, él y los demás Futurianos escribían ciencia ficción a un ritmo loco, solos o en colaboración, bajo distintos seudónimos. En esto no me uní a ellos; yo insistía en escribir solo mis relatos y utilizaba mi propio nombre. Dio la casualidad de que fui el primer futuriano que empezó a vender narraciones de manera regular, pero me siguieron de cerca.

Pohl empezó a firmar los relatos con su nombre en 1952, cuando, en colaboración con otro Futuriano, Cyril Kornbluth, publicó una novela en tres entregas en Galaxy llamada Gravy Planet. Apareció en un volumen como Mercaderes del espacio en 1953, y los hizo famosos a los dos. A partir de ese momento Fred y Cyril fueron considerados escritores importantes de ciencia ficción. ¿Su relación conmigo?

En 1939, Pohl revisó mis relatos cortos rechazados, lo llamó «los mejores rechazos que haya visto nunca» (lo que fue muy alentador) y me dio consejos interesantes para poder mejorarlos. Después, en 1940, cuando sólo tenía veinte años, se convirtió en el director (y muy bueno, por cierto) de dos nuevas revistas de ciencia ficción, Astonishing Stories y Super Science Stories. Compró para estas revistas algunos de mis primeros relatos. Esto me permitió seguir adelante hasta que tuve acceso a la mejor revista del sector, Astounding. Fred y yo incluso colaboramos en dos narraciones, aunque me temo que no demasiado buenas.

En 1942, cuando estaba atascado y no podía continuar una novela corta que estaba escribiendo y debía entregar al cabo de una semana más o menos, me dijo cómo salir del agujero en el que yo mismo me había metido. Estábamos de pie en el puente de Brooklyn, pero no recuerdo cuál era mi problema ni su solución. (Muchos años después, averigüé que estábamos de pie en el puente porque la mujer de Fred, Doris, pensaba que yo era un «presuntuoso» y no quería que fuera a su apartamento. Me quedé estupefacto cuando leí esto en la autobiografía de Fred, porque ella siempre me había gustado y nunca pensé que le desagradara. Tampoco lo pude aclarar con ella porque había muerto joven). En 1950, Pohl fue mi valedor y logró que se publicara mi primera novela. En resumen, Fred, más que cualquier otra persona, dejando aparte a John W. Campbell, Jr. (del que hablaré más adelante), hizo posible que me convirtiera en escritor.


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