Frederik Pohl nació en 1919 y es sólo unas semanas mayor que yo. Cuando nos encontramos como compañeros Futurianos en septiembre de 1938, los dos estábamos a punto de cumplir los diecinueve años. A pesar de tener mi misma edad, él siempre ha sido más astuto y ha tenido mucho más sentido común que yo. Lo reconozco y acudiría a pedirle consejo sin dudarlo.
Es más alto que yo y su voz es serena. Sus dientes son un tanto prominentes y, a menudo, la expresión de su cara es burlona, lo que le da un aspecto de conejo, pero, para mí, agradable, porque me gusta mucho. Tiene el pelo claro y cuando lo conocí ya le empezaba a ralear. Fred es una persona muy especial. No lanza destellos de vez en cuando, como yo y algunos otros Futurianos. Él brilla con una luz clara y uniforme. Es uno de los hombres más inteligentes que he conocido y, a menudo, escribe cartas o artículos para las revistas de aficionados o profesionales expresando sus opiniones sobre temas científicos y sociales. Los leo con avidez, ya que escribe muy bien y con mucha claridad y, a lo largo de cincuenta años, nunca he discrepado de nada de lo que ha dicho. En las pocas ocasiones en las que ha expresado un punto de vista diferente del mío, me he dado cuenta de inmediato de que yo estaba equivocado y él tenía razón.
Creo que es la única persona con cuyas opiniones nunca estoy en desacuerdo. Siempre me he sentido más cerca de él que de ninguno de los demás Futurianos, a pesar de que nuestras personalidades y circunstancias fueran tan diferentes. Tuvo una infancia inestable, aunque nunca hablaba mucho de ello, y la Gran Depresión le obligó a abandonar la escuela.
Sale del paso lo mejor posible y se refiere a sí mismo con humor como alguien «dado de baja de la escuela». Pero no se deje engañar. Siguió con un programa autodidacta que le ha permitido saber mucho más sobre muchas más cosas que la mayoría de personas que han tenido una educación tan intensiva como la mía. Su vida social también ha sido muy agitada. Se ha casado cinco veces, pero su matrimonio actual con Bette parece feliz y estable. Cuando nos conocimos, él y los demás Futurianos escribían ciencia ficción a un ritmo loco, solos o en colaboración, bajo distintos seudónimos. En esto no me uní a ellos; yo insistía en escribir solo mis relatos y utilizaba mi propio nombre. Dio la casualidad de que fui el primer futuriano que empezó a vender narraciones de manera regular, pero me siguieron de cerca.
Pohl empezó a firmar los relatos con su nombre en 1952, cuando, en colaboración con otro Futuriano, Cyril Kornbluth, publicó una novela en tres entregas en Galaxy llamada Gravy Planet. Apareció en un volumen como Mercaderes del espacio en 1953, y los hizo famosos a los dos. A partir de ese momento Fred y Cyril fueron considerados escritores importantes de ciencia ficción. ¿Su relación conmigo?
En 1939, Pohl revisó mis relatos cortos rechazados, lo llamó «los mejores rechazos que haya visto nunca» (lo que fue muy alentador) y me dio consejos interesantes para poder mejorarlos. Después, en 1940, cuando sólo tenía veinte años, se convirtió en el director (y muy bueno, por cierto) de dos nuevas revistas de ciencia ficción, Astonishing Stories y Super Science Stories. Compró para estas revistas algunos de mis primeros relatos. Esto me permitió seguir adelante hasta que tuve acceso a la mejor revista del sector, Astounding. Fred y yo incluso colaboramos en dos narraciones, aunque me temo que no demasiado buenas.
En 1942, cuando estaba atascado y no podía continuar una novela corta que estaba escribiendo y debía entregar al cabo de una semana más o menos, me dijo cómo salir del agujero en el que yo mismo me había metido. Estábamos de pie en el puente de Brooklyn, pero no recuerdo cuál era mi problema ni su solución. (Muchos años después, averigüé que estábamos de pie en el puente porque la mujer de Fred, Doris, pensaba que yo era un «presuntuoso» y no quería que fuera a su apartamento. Me quedé estupefacto cuando leí esto en la autobiografía de Fred, porque ella siempre me había gustado y nunca pensé que le desagradara. Tampoco lo pude aclarar con ella porque había muerto joven). En 1950, Pohl fue mi valedor y logró que se publicara mi primera novela. En resumen, Fred, más que cualquier otra persona, dejando aparte a John W. Campbell, Jr. (del que hablaré más adelante), hizo posible que me convirtiera en escritor.
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