Nosotros los humanos tenemos una clara tendencia a contar las cosas, es una de las habilidades que más nos caracteriza, nuestra capacidad para contar posiblemente sea la base de todas las complejas matemáticas que ha desarrollado la humanidad a través de la historia.
Nos gusta contar absolutamente todo:
La distancia de la tierra a la luna es de aproximadamente 384.400 km, la tierra tiene un diámetro aproximado de 12.742 km, el corazón de un varón adulto late un poco más de 100 veces por minuto, la velocidad del sonido es de aproximadamente 340 m/s.
No es que sea muy divertido estar contando cosas, ¿Qué tanto crees que te puedes divertir contando los granos de arena a la orilla del mar?, ¿Qué tanto te puedes divertir contando las estrellas del cielo?, ¿Qué tan divertido es contar tus respiraciones en una hora?
Los humanos no contamos cada cosa en nuestro entorno porque sea divertido, los humanos contamos porque curiosamente un número es lo único que nos da seguridad, nos brinda toda aquella confianza cuya carencia es inherente a nuestra humanidad.
Construyes tu casa a la mejor distancia de los recursos, cruzas la calle calculando el tiempo y distancia suficiente para no ser arrollado, sales de tu casa al trabajo teniendo en consideración el tiempo para llegar temprano, tomas dos píldoras para tu malestar porque sabes que esa es la cantidad que algún experto ha declarado como tal, sólo apuestas todo cuando la probabilidad está a tu favor.
Contar compensa todas nuestras carencias, aquí lo interesante es: ¿Qué haces cuando no puedes contar las cosas? ¿En qué apoyas toda tu inseguridad cuando no hay números respaldando todo aquello que ahora cuestionas?
Las cosas que más apreciamos en esta vida son las más difíciles de contar. Cuando no podemos contar con exactitud usamos la aproximación, ¿Cómo pensabas contar todos esos granos de arena a la orilla del mar?, si conoces la cantidad de granos en el volumen de arena en tu puño, podrías hacer la aproximación de aquellos en la orilla del mar. El problema de las aproximaciones es que sólo son eso: Aproximaciones. Siempre nos quedará el mal sabor de boca de no poder decir con orgullo un número exacto, una cifra incuestionable, una verdad ineludible.
Hay cosas que no se pueden contar, y hay pocas cosas en esta vida de las cuales tampoco se puede hacer un aproximado, una de ellas: El amor ♥. (En negritas y con todo y corazón).
Cuando te enfrentas al amor lo primero que intentamos es contarlo: ¿Qué tanto me ama?, es de los actos más ignominiosos para nosotros los contadores que ama y tanto estén en la misma oración.
Es pedirle peras al olmo que alguien responda esa pregunta, ¿Qué esperas cuando haces esa pregunta?, peor aún: ¿Qué harías si te contestaran la pregunta?
Te amo, bastante, aproximadamente: 365 234.
¿Te gusta?, porque no sé tú, pero en lo personal prefiero que me amen en intervalos de 700 mil a 900 mil.
Nunca menciones ese tanto cuando de amor se trate, a menos claro, que sea primavera, porque precisamente es la época en la que mis olmos dan peras.
No intentes contar el amor con las manos, que conozco a varios que primero han terminado de contar los granos en un puño de arena.
. . .
Si no puedes contar mucho menos deberías poder sacar conclusiones estúpidas, por lo general esa inseguridad constante de no poder respaldar en un número el hecho de que te amen te hace pensar que es porque posiblemente no lo hagan, tú sabes, si no te aman de 300 mil en adelante, entonces te aman cero.
Mi consejo: No cuentes el amor, a pesar de que contarlo no lleva a nada, esa no es la razón, lo digo porque contar conlleva tiempo:
Conlleva tiempo darte cuenta que el olmo no da peras.
Conlleva tiempo darte cuenta que a puños no podrás contar la arena.
Conlleva tiempo darte cuenta que no se pueden contar las estrellas.
Conlleva tiempo darte cuenta que el amor no se puede contar.
La lección al fin de cuentas, es que cuando te das cuenta que lo más importante en esta vida no se puede contar, precisamente es cuando ya no hay tiempo para empezar a dejar de contar.