«Era increíble la cantidad de espuma que salía de la boca de esa bestia»
─El hombre con más desdicha en la tierra.
Aquellas experiencias que vivimos son las que nos identifican, tú sabes, son los errores a lo largo de nuestra vida lo que forjan nuestra personalidad, nadie aprende de victorias, sólo se aprende del amargo sabor de un error, una derrota.
Entre más grande es el error más aprendes de esta vida. Al menos así veo que mis amigos han aprendido los oscuros artes de vivir esta vida, cada quien pregona su aprendizaje presumiendo el error por el que tuvo que haber pasado, pero, ¿qué pregonas cuando tus errores son tan confusos y grandes que bien podría no haberse aprendido nada de ellos?, ¿qué presumes cuando tus errores son más bien una mala jugada de la probabilidad?
La historia que te voy a contar es uno de esos errores de los cuales no aprendí nada, cuando haces las cuentas te percatas de que no había razón para haber experimentado todo lo que a mí me tocó, no había razón para que las probabilidades fuesen en mi contra, simplemente los planetas se alinearon para hacerme miserable en una de las mejores épocas de mi vida, una miseria que se ha extendido hasta mi hoy en día, un error que incluso a veces me persigue en sueños.
. . .
Llevaba un año de feliz noviazgo con Laura, una de las mujeres más perfectas que ha pisado esta tierra. No bromeo con lo de «perfecta», Laura era el mejor promedio de su generación en la universidad, fue reina del baile y tenía una voz angelical. Cuando Laura cantaba yo tenía miedo de que empezaran a entrar los animales del bosque por la puerta y las ventanas. De une belleza sobrenatural, Laura tenía un cabello oscuro, unos ojos grandes que invitaban a perderte en su mirada y una piel completamente pálida, era una especie de muñeca de porcelana. Para mí, Laura simplemente era perfecta.
Laura y yo nos conocimos en la universidad, formábamos parte de un círculo de lectura en el que cada viernes nos reuníamos para hacer un intercambio de opiniones acerca del libro semanal. Laura y yo conectamos con facilidad, ella se reía de todas las cosas que yo le contaba, prácticamente ya era mía, tú sabes, es más difícil hacer reír a una mujer que hacerla gemir.
Por la perfecta química que había entre los dos, no tardé mucho en conocer todo de ella, su pasado, su presente, su futuro y lo que había entre sus piernas. No miento cuando esa relación iba a un ritmo muy acelerado, como debe ser, soy de los fieles creyentes de que debes hacer todo mientras puedas, de no ser así sólo te quedas con el insulso: «¿qué hubiese pasado si?», y eso mis amigos, eso sí es un error.
Laura vivía con su perra en un departamento en el centro de la ciudad, yo iba tres o cuatro días por semana a visitarla, los padres de Laura vivían en otro estado, ella se encontraba viviendo sola con fines de estudio y trabajo. Bueno, no te tomes tan en serio lo de «sola», su perra era su inseparable fiel amiga, era una perra de raza pug con una peculiaridad: Tenía los extremos de las cuatro patas completamente oscuras, como si hubiese caminado por un charco de lodo o algo así, un rasgo que al perro de una raza ya de por sí ridícula lo hacía ver aún más risible.
La perra se llamaba Clementina, de cariño le decíamos «La Clemen», como si llamarse Clementina no fuese ya de por sí humillante. En fin, Clementina era una perra demasiado cariñosa, hasta el punto en que se volvía muy molesta, todo era culpa de Laura y la crianza con exceso de atención que le había dado.
No podíamos tener sexo sin que la perra no estuviese en una esquina mirándonos con sus ojos pervertidos y voyeuristas, cuando iba al baño, la perra estaba allí, cuando comía, la perra estaba allí, no importa que actividad hiciéramos, la perra siempre estaba allí. Como una especie de guardaespaldas, como si fuese una extensión del cuerpo de Laura.
Un día mientras teníamos sexo la perra rompió las barreras entre ser una mascota y una pareja sexual, se subió al sillón donde nos encontrábamos y empezó a lamer mis partes íntimas, un completo sacrilegio, nunca había recibido sexo oral por parte de un perro. Nos detuvimos al instante y en mi mente se empezaron a generar los posibles castigos que me darían en el infierno por mi acto de zoofilia, pues en el fondo se había sentido muy bien, he de admitir que la Clemen era mucho más hábil con la lengua que Laura.
Laura y yo simplemente nos reímos del suceso y quedó como una anécdota divertida entre pareja, así me gusta recordarlo.
A Laura la invitaron unas amigas a pasar una semana en una especie de retiro espiritual en las afueras de la ciudad, cosas extrañas a las que se dedicaban sus amigas, por la nostalgia de no haberlas visto desde hace ya mucho tiempo Laura aceptó a pesar de que el objetivo de dicho retiro iba en contra de todas las ideologías que ella tenía.
El problema era obvio, Laura necesitaba alguien que cuidara de su departamento, y claro; de Clementina, ya que no podía llevarla a dicho retiro pues se prohibían mascotas, malditos retiros espirituales doble moralistas, como si los perros no tuviesen espíritu.
No le puedes negar nada a la mujer que amas, además no veía problema en cuidar de su pug por una semana, ¿Qué tantos problemas podría dar un perro pug?, creía que cuidar a un niño sería incluso una tarea más difícil que velar por las necesidades de un perro. Estaba completamente equivocado.
Las reglas eran sencillas: Clementina tenía que comer 2 veces al día, debía tener agua limpia y tenía que jugar con ella para que no entrara en depresión. Laura había leído en una página de internet dedicada a los pugs lo importante que era para ellos jugar y sentirse amados, como te dije, esa perra tenía un serio problema de exceso de atención.
Clementina y yo fuimos a despedir a Laura a la central de autobuses, después de ello nos dirigimos al departamento. Allí estábamos Clementina y yo, no habían pasado ni doce horas y ya le extrañábamos, al parecer yo también tenía una serie dependencia emocional a Laura, me di cuenta de ello cuando me empecé a sentir completamente abandonado y devastado, allí es cuando también me di cuenta que debería haber una página de internet dedicada a novios melancólicos como yo.
Los primeros tres días de la semana sólo fuimos Clementina y yo viendo películas en la televisión, no fue tan difícil cuidar a la perra, simplemente la acariciaba y le aventaba juguetes de vez en cuando para que perdiera el tiempo.
En el cuarto día estábamos viendo una película y a la mitad de la misma salió una escena demasiado erótica, ¿Qué te puedo decir?, soy hombre, de la nada caí en cuenta que estaba solo en el departamento de mi novia, podía satisfacer cualquier tipo de perversión, tú sabes, masturbarte y venirte en su ropa limpia, tal vez en la caja de su cereal favorito, algo que cualquier hombre con un grado mínimo de perversión haría. Es como cuando de joven tienes sexo en la cama de los padres de tu novia, perversiones normales, nada fuera de lo común.
Todo eso pasaba por mi mente mientras me masturbaba, había puesto pornografía en la televisión y había encendido unas velas para sentirme un poco más inspirado en la tarea que traía entre manos, ¿qué puedo decir?, siempre he sido un romántico, todo esto mientras pensaba cual sería el mejor lugar para venirme.
Cuando estaba a punto de terminar inició esta historia, de la nada Clementina había entrado a la habitación y se subió a mis piernas a lamer mi pene, no pude reaccionar, estaba tan sumergido en la idea de venirme en el cajón de la ropa interior de Laura que no pude negarme a los placeres que me estaba ofreciendo Clementina, sólo me dejé llevar por el momento, sin darme cuenta ya me había venido en la boca de Clementina, la perra lamía todo, ni siquiera Laura se comía eso, me di cuenta que Clementina tenía talentos que Laura no poseía.
Al terminar hice a la perra a un lado y me fui a bañar, estaba en la regadera viendo el techo y teniendo remordimiento, ¿Cómo había pasado todo eso?, tenía una batalla interna con mis demonios, una pelea moral que ni el mejor filósofo de nuestra época pudo haber ganado sin renunciar a su cordura, maldita Clementina, me había condenado al infierno, al círculo del infierno que le corresponde a aquellos que obtienen placeres sexuales de animales domésticos.
¿Pero sabes?, en realidad todo esto es culpa de Laura, ella sabe que tengo un libido algo elevado, es su culpa por dejarme solo, debería agradecer que cogí con su perra y no con alguna de sus amigas, ahora que lo pienso, soy una gran persona.
Salí de bañarme, ya había preparado mi discurso para Clementina, el típico: «Vale, ninguno de los dos sabía lo que estaba haciendo, pero amo a mi novia, no creo que lo nuestro funcione, sólo fue una efímera locura que se apoderó de nosotros, nos sentíamos tan solos, por favor, no te vuelvas adicta a mi verga, sólo mira a Laura, ella tampoco ha podido superarla. Eres la mejor amiga de mi novia, debemos detenernos ahora que podamos, te repito; yo estoy enamorado de ella».
Allí estaba yo, con toda la confianza del mundo pues mi discurso no tenía mal interpretaciones, era directo, conciso, me vestí y fui a la habitación a hablar con Clementina.
Las tragedias que sufrirás en tu vida vienen de forma espontánea, no se planean, no se piden, no nada, simplemente llegan a tu casa sin tocar la puerta, como esos amigos a los que tu madre deja entrar porque sabe que son tus mejores amigos, vienes cansado de la escuela pero allí están, sentados en el sillón, sonriendo y mirándote con una cara de imbéciles, no puedes hacer nada pues ya están allí, sólo te queda escuchar todo lo que tienen que decir y convivir con ellos por educación.
Así entró la tragedia ese día a mí vida, sin tocar la puerta. Cuando fui a la habitación Clementina estaba teniendo una especie de convulsión canina y echando espuma por la boca, ¿qué carajos había pasado?, rápidamente fui con ella y la sostuve entre mis brazos, no sabía qué debía hacer, no sabía dar primeros auxilios a humanos, mucho menos a perros pug.
Hice todo lo que había aprendido a través de mi vida gracias a películas, la puse de lado y fui por un vaso de agua, abrí la boca de la perra y deposité todo el contenido del vaso en la misma, no sé si realmente ayudó en algo, seguían esos incesantes espasmos y continuaba saliendo la espuma de su boca a borbotones.
Lo siguiente ─según toda mi experiencia adquirida en series de televisión─ es lo de dar respiración boca a boca y dar golpes en el pecho.
Pero, había un problema, ¿Cómo le iba a dar respiración de boca a boca si no hace más de 10 minutos me había venido en su boca?, ni a Laura la beso cuando termina de darme sexo oral, mucho menos a Clementina, soy un hombre de principios.
Recordé entonces que soy un genio, así que fui rápido por la aspiradora de Laura, le quité la punta y metí la manguera directo a la garganta de la perra, puse reversa y la encendí.
No pasó nada, la perra se infló un poco pero quedó completamente inmóvil, miré mi reloj: ─22:28, hora de la muerte─, me dije en voz alta.
No tienes idea del miedo que me gobernó, ¿Qué había hecho yo para meterme en este problema?, llamé a un amigo que estudiaba medicina para que me diera de su asesoría, me dijo que posiblemente la perra había tenido una reacción alérgica a mi semen, ¿puedes creer esa tontería?, un perro alérgico al semen, vaya probabilidad, todas las apuestas en mi contra.
Entonces se vino a mi mente el recuerdo de la primera vez que Laura mirándome a los ojos me dijo que me amaba, así me sentía, todo lo bueno dentro de mí se estaba pudriendo por la culpa que había sembrado en mí la muerte de Clementina, ¿con qué cara le iba a decir a Laura que cogí con su perra y la asesiné?, no era el tipo de verdad que deba ser contada, tenía que encontrar una solución, inventar una mentira, pero soy un genio, así que decidí inventar una Clementina.
Allí estaba al día siguiente a primera hora en la tienda de mascotas, llevaba el cadáver de Clementina envuelto en una cobija pequeña, ¿sabes con qué cara me miró el dueño cuando le pedí un perro pug que se pareciera al que traía muerto en brazos?, por suerte no quiso escuchar los detalles de la historia, me vendió un perro pug, pero me dijo que era casi imposible encontrar a uno que tuviese las cuatro patas negras como las tenía clementina. No me importó, la pagué y me fui a la casa, quedaban dos días para la llegada de Laura, había que reparar todo.
El cadáver de Clementina lo tiré en un basurero muy lejos de la casa de Laura, pasé al supermercado y compré cinco bolsas de premios para perros, pasé 48 horas repitiendo el nombre de «Clementina» a esta nueva desconocida, cuando volteaba le daba un premio, era mi forma de educarla, en las noches dejaba un grabación repitiendo el nombre de Clementina una y otra vez. Compré un tinte para el cabello color negro y le pinté las cuatro patas.
El tiempo pasa rápido, allí estábamos la falsa Clementina y yo en la central de autobuses esperando a Laura. Cuando llegó lo primero que hizo fue cargar a Clementina mientras la bañaba en besos y cariños.
─Noto a Clementina algo rara, como que no está muy cariñosa─ dijo Laura.
─Yo también estoy raro, varias veces pensé en quitarme la vida en esta semana que no estuviste a mí lado─ comenté.
Me abrazó y me dio uno de los besos más mágicos que he tenido en mi vida, igual de mágico que el primero, no sé, tal vez era el sabor a culpa lo que le dio ese sabor.
Tomamos un taxi, Laura iba contando todas las cosas aburridas que vivió en el retiro, abrí la ventana y yo sólo esperaba por el momento adecuado de la verdad, de ser un genio.
La persona que deja mentiras enterradas en el pasado vivirá condenado al miedo de que alguien en algún momento las desentierre, yo no soy de esos hombres, mi plan apenas había comenzado, metí mi mano a la bolsa y con mi teléfono celular marqué al teléfono de Laura, un número completamente desconocido para ella pues había cambiado el número, cuando Laura contestó y empezó a repetir «¿Hola?» saqué uno de los premios para perro de mi otra bolsa, se lo enseñé a la Clementina impostora y rápidamente se emocionó, la había vuelto adicta a esas cosas. Lo aventé por la ventana del taxi y en segundos la perra ya se había lanzado por la ventana, sólo sentimos el movimiento violento del taxi al pasar por encima de la perra.
Lágrimas y dolor fue la bienvenida que le di a Laura ese día, en el fondo me reía porque todo había salido de acuerdo al plan, tú sabes a lo que me refiero, era un maldito genio del crimen, pero mi placer apenas había comenzado.
Dormí en el departamento de Laura ese día y el siguiente hasta que Laura por fin pudo alcanzar la calma.
Al tercer día aceptó ir al cine para así desviar los pensamientos de tristeza que gobernaban su mente, decidió desayunar antes de que partiéramos.
─Este cereal sabe raro─ dijo Laura.
─Jaque mate─, comenté, después me puse a reír, una risa que Laura nunca comprendería, pues al final, Clementina y Laura resultaron tener los mismos talentos, y claro, yo no aprendería nada de otra de mis tantas victorias.
FIN.
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