La persona más rica del mundo.

Dado que no tengo mucho tiempo para escribir en el blog, voy a contarles una historia de amor, de esos amores pobres y humildes como el mío.

Cuando yo era niño y salí del hospital,  mi mamá me llevaba a revisiones cada 15 días para ver que mi cuerpo no siguiera intentando autodestruirse. Yo lo odiaba, demasiado. De igual manera aceptaba porque saliendo del hospital  mi  mamá me llevaba a ingerir mis sagrados nutrientes a un lugar llamado «la malinche». Es uno de esos restaurantes raros que se ven muy pobres y que además te dan la impresión de que tienen serios problemas sanitarios. Pero no importaba, a mí me gustaban mucho las tostadas que servían con pollo, crema y aguacate, ¡Ufff!

Si eres de Chihuahua ─no sé si haya en todo México─ y no has comido una de esas tostadas, sencillamente no puedes decir que eres mexicano.

El ir a lugares como ese me generó una inclinación hacia las famosas «fondas» y demás lugares de dudosa reputación. Tú sabes, de esos lugares en los que te da la impresión que el cheff es una abuelita emprendedora que sólo intenta salir adelante vendiendo sus típicos platillos con su característico sazón.

Podrás estudiar 10 años de gastronomía, podrás viajar por todo el universo visible haciendo una parada para comer en cada estrella. No importará mucho, poco se compara el sabor de Burger King con un platillo de arroz y chile colorado preparado por una abuelita en una fonda ubicada en el lugar más remoto del centro de la ciudad.

El problema de esos lugares es que son los enemigos #1 de aquellos hijos de puta de clase alta cuyo suntuoso paladar sólo está deseoso de probar algo donde el precio sea sinónimo de que te están viendo la cara de pendejo.

A mí se me educó como niño pobre, se me dijo que sería pobre hasta que yo hiciera algo para dejar de serlo ─hasta la fecha sigo siéndolo─, como sea, la clase alta y yo, tenemos serios problemas para relacionarnos.

A pesar de eso un día rompí mis propios estatutos de clase obrera y decidí relacionarme con una bella muchacha de la clase alta. Para no mencionar nombres de ahora en adelante la vamos a llamar «Gatita fina».

Gatita fina vivía en una de las colonias más finas de toda mi ciudad, de hecho, también había estudiado en La Salle, tenía carro propio, era de piel blanca, olía rico, lentes, venga, Gatita fina sí era de una clase muy distinta a la mía.

Para mí las diferencias de clases no eran un obstáculo, porque yo no había sido educado con ese tipo de prejuicios y pensamientos en general. Yo me veía igual a ella, ella ─supongo─ me veía igual a mí.

A mí me gustaba siempre sacarla a comer, al cine, a salir fuera de la ciudad o simplemente tirarnos en el pasto y ver las nubes.

Al principio fuimos a comer a lugares muy conocidos, pero claro está, no pasaría mucho tiempo antes de que mi niño pobre interior saliera a relucir.

Un día le pregunté si había comido en «la malinche», y pues la respuesta fue negativa. Obviamente mi persona me pedía a gritos llevarla, eso sí, sin ningún tipo de morbo y/o prejuicio de por medio.

La llevé y ella pidió caldo de pollo, le dije que pidiera tostada pero no quería, así que igual pedí dos y le daba pequeños pedazos para que la probara, mi mamá interior quería alimentarla de a huevo, así somos los hombres, tenemos una mamá interior que de vez en cuando sale a relucir cuando se supone que estamos «enamorados».

Unos días después le conté a una amiga  que había llevado a Gatita fina a comer a «la malinche», mi amiga me dijo que estaba todo pendejo, que una Gatita tan fina proveniente de una colonia y una educación tan elevada, nada tenía que estar haciendo en un lugar así.

Me quedé pensando varios días sobre lo que me dijo, al final de cuentas no decidí tomarlo mucho en cuenta, o eso intentaba creer.

Entre más salíamos más recalcitrante eran los pensamientos de de que tal vez la estaba entreteniendo de la forma equivocada: ¿La estaba llevando comer a lugares propios de su clase?, ¿estaba fingiendo que le gustaban?, ¿le habrá gustado ese libro que le regalé?, ¿mis pláticas podrán ser las propias de una persona de su clase?, etc, etc.

Yo no creía que las diferencias de clases tuvieran poder en las austeras tierras «del amors». Pero tarde que temprano me quedó claro lo diferentes que éramos:

Un día un conocido mutuo cumplía años, para celebrarlo decidió juntarse en un bar popular de la zona centro de la ciudad ─mas o menos popular─. Como sea, yo le dije a Gatita fina que estaría bueno que fuéramos a celebrar al conocido mutuo. El problema era que ya era algo tarde y a ella la cuidaban mucho con eso de las horas, como sea; logramos hacer que el padre aceptara pero sólo con la condición de que él la llevara y la recogiera, nada difícil.

En la noche cuando llegué a las afueras del lugar, algo dentro de mí sabía que todo iba a salir mal, porque a mí me parecía que ese lugar no era el adecuado para que Gatita fina saliera a socializar, para que Gatita fina saliera a pasar el rato, eran mis nuevos complejos hablándome al oído de nuevo.

Yo me quedé esperando como pendejo una hora a que llegara Gatita fina, ¿sabes qué fue lo que pasó?, nunca llegó.

Al poco rato de creer que me habían plantado recibí una llamada en un celular que estaba cargando en aquél entonces por cosas del trabajo. Era Gatita fina que me hablaba para decirme la razón por la cual no había ido:

─ Mi papá me llevó temprano, cuando vio el lugar dijo que era un tugurio corriente, que nunca en mi vida dejaría que yo entrara a un lugar así, «¿en qué estaba pensando Efraín con invitarte a un lugar así?».

Luego Gatita fina hizo una especie de intento de disculpa, luego yo le dije que se me hacía una pendejada por parte de su padre, que realmente no veía diferencia con dejarme plantado allí en ese lugar, luego se puso a la defensiva, luego no sé qué pasó pero al parecer yo terminé siendo el culpable por el simple hecho de querer ir al cumpleaños de un conocido ─que era más amigo de ella que mío─, en un bar que para ser sincero yo tampoco conocía del todo.

Por alguna extraña razón yo fui el culpable, yo fui el pendejo que no pensó en las consecuencias, el pendejo que se engañó a sí mismo y que se hizo creer que realmente no importaban las diferencias de clases sociales.

No todo fue malo con Gatita fina, total, duramos 3 años de relación (LOL), como sea, también es cierto que con ella aprendí muchas cosas. Pero más allá del aprendizaje nunca se me quitó la idea de que ella era una especie de gata muy fina, ¿y yo?, bueno, supongo que algún tipo de tlacuache.

Una de las cosas más importantes que aprendí: No importa qué tan enamorado estés, no importa lo mucho que creas en Dios, lo muy idealista que seas, no importa absolutamente nada de eso. Independientemente de todo lo que sientas o pienses, no olvides que estás en el mundo de los humanos, aquí Dios no tiene poder, aquí el amor no tiene poder, aquí lo único que tiene poder es el dinero y el prestigio que genera el mismo. ¿Quieres amar a alguien?, búscate a alguien de tu clase social, tarde o temprano esos complejos van a salir a relucir, y créeme, eso va a seguir así hasta que el humano deje de ser humano.

A mí no me acompleja, y no lo hace porque sé que seré rico y poderoso, y claro, podré hacer lo que quiera con las personas y con la sociedad. Eso sí, he vivido hasta la fecha pobre, y bueno, eso me ha enseñado un poco de la realidad allá afuera.

¿Y por qué cuento esta historia?, bueno, mi mamá hoy trajo para comer unas tostadas de «la malinche», y aunque sé que no tenemos dinero, aunque sé que allá afuera hay personas que siempre van a estar predispuestas a demostrarte que son más por lo que tienen en la cartera… Hoy, mientras me alimento y escribo esto, por alguna extraña razón me siento… La persona más rica del mundo.

#PeaceOut.

tlacuache