Rumbo a los cien años de Asimov [17]: El fracaso.

Pretendía entrar en el Columbia College, la facultad más elitista de la Universidad de Columbia. En realidad mi padre no podía pagar los gastos de enseñanza pero dijo que de eso ya nos preocuparíamos más tarde. Lo primero que había que hacer era ser admitido. Fui a hacer una entrevista a Columbia con personal de la universidad, a cuyo campus entré por primera vez el 10 de abril de 1935.

No fui aceptado. Sé la razón. La cuota para judíos del Columbia College ya estaba cubierta. Fue mi primera experiencia seria del efecto limitador del antisemitismo. El entrevistador fue muy amable y atribuyó la denegación al hecho de que era demasiado joven. Tenía que tener dieciséis años para convertirme en un estudiante de primer año del Columbia College. Me sugirió que entrara en el Seth Low Junior College, que también pertenecía a la Universidad de Columbia. (Allí la edad mínima para entrar también era de dieciséis años, pero no parecía ser un obstáculo en un centro que no era elitista). Estaba en Brooklyn, estudiaría allí dos años, y después podría pasar los dos últimos años con los alumnos del Columbia College. Acepté. No podía hacer mucho más.

Pero mi padre no estuvo de acuerdo. Estaba dispuesto a pasar apuros, incluso a pedir dinero prestado, para que asistiera al Columbia College, pero no al Seth Low. Así que me aguanté y fui al City College, al que también había enviado una solicitud, que fue aceptada. Allí no cobraban por la enseñanza, pero era una especie de gueto, profundamente judío, y sus graduados no tenían muchas posibilidades de encontrar un buen trabajo.

Pasé allí tres días horribles, y lo único que recuerdo es el examen físico. En la ficha de todos ponía WD, menos en la mía, que ponía PD. Pregunté. Me dijeron que WD quería decir «bien desarrollado» (well developed en inglés.) PD significaba «mal desarrollado» (poorly developed en inglés). No habían tenido en cuenta el hecho de que yo era hasta tres años más joven que los demás examinados. Me sentí profundamente agraviado.

Pero entonces me llegó una carta del Seth Low. Después de abrir la misiva, mi padre los llamó por teléfono para decir que no podía pagar la enseñanza. Le ofrecieron una beca de 100 dólares y no pudo resistir la tentación. Cambié a Seth Low. Después me llegó una carta del City College. Habían visto los resultados de un test de inteligencia que me habían hecho y deseaban que fuera para hablar de mi carrera. Les escribí con bastante frialdad para decirles que era demasiado tarde. Estaba en el Columbia. («Poco desarrollado» y todo).

Dicho sea de paso, el incidente provocó una seria discusión con mi padre. En Rusia, recibir una carta era algo tan extraordinario que el primero de la familia en cuyas manos caía la abría. Le expliqué, bastante molesto, que en Estados Unidos las cosas no eran así. Una carta dirigida a mí sólo podía ser abierta por mí. A mi padre le dejó perplejo esta exclusividad, pero a partir de entonces mi correo fue algo privado.

Seth Low resultó ser otro gueto. La mitad aproximadamente judía y la otra mitad italoamericana. Aparentemente recibía a los estudiantes brillantes para los que no tenía cabida el Columbia College. No era un centro con mucho éxito. Después del primer año lo cerraron y nos trasladaron en masa al campus de Morningside Heights. Durante el resto de mi carrera me senté con la clase del Columbia College, pasé sus exámenes y fui puntuado según sus criterios. ¿Me convirtió eso en un miembro de la clase? No. Estaba clasificado como universitario sin graduación. Cuando llegó el momento de la graduación, todos los miembros del Columbia College consiguieron un B.A., Bachelor of Arts, el título de los caballeros. Yo recibí un B.S., Bachelor of Science, un título de menos prestigio.

Pensé que esto era debido a que me había especializado en un tema específico. Pero no, después averigüé que era una demostración de ciudadanía de segunda, y otra causa más de irritación para mí. Además, con el tiempo, la universidad creó la School of General Studies para sustituir a la University Extension. Se ocupaba sobre todo de los estudiantes nocturnos que tenían que trabajar durante el día. Bajo este nombre reunieron varias categorías diferentes, incluidos los estudiantes no graduados. Esto significa que estoy inscrito como alumno de esta facultad y que cualquier biógrafo descuidado podría llegar a la conclusión de que fui a ese centro nocturno. No lo hice.

Con el tiempo, la Universidad de Columbia estuvo lo bastante orgullosa de mí como para nombrarme doctor honoris causa, agasajarme y hacer que presidiera distintas ceremonias. Y cuando el Columbia College me invitó a que les diera una ceremonia, era lo bastante importante como para insistir en que sólo lo haría si me incluían en la promoción de 1939. Lo hicieron y en 1979 asistí a la reunión de cuadragésimo aniversario. No es que me apeteciera (por lo general, no voy a las reuniones porque no me gusta mucho sumergirme en la nostalgia), pero en esta ocasión fui para ejercer mi derecho, por decirlo de alguna manera. No conocía a ninguno de los demás asistentes y, aunque ellos a mí sí, no creo que ninguno me recordara como compañero de clase.

En muchos aspectos mi carrera en el college fue un fracaso quizá mayor que el del instituto. Se produjo un mayor declive en mi capacidad académica. En mis estudios primarios era el niño más listo de la clase. En el instituto, uno de los más listos. En el college, no fui más que un alumno inteligente que no destacaba. El mayor fracaso se produjo al final de mis estudios en el college. Al terminar, había un peligro. Mientras estudiaba, era un alumno contento: estaba en casa, trabajaba con mi familia y vivía una vida regular y equilibrada. Pero a medida que pasaban los años, la graduación, el título y el fin de los estudios parecían amenazantes, y tendría que buscar un trabajo. Iba a graduarme en 1939. tendría diecinueve años y seguía siendo difícil encontrar un trabajo. Además, algunas profesiones estaban prohibidas para mí, no importa la razón. No podía obtener un tipo de trabajo del que los judíos estaban excluidos de manera automática. La clase de trabajo que coloca a uno en el camino para alcanzar las posiciones más prestigiosas y lucrativas, por supuesto. Pero no me estoy quejando de antisemitismo.

Incluso si no hubiera sido judío pero hubiera sido el mismo, no habría cumplido los requisitos. No tenía buena apariencia, era desarreglado, con la cara llena de acné, una sonrisa burlona que aparecía con facilidad y, creo, proporcionaba a mi rostro una expresión ridícula y, lo peor de todo, carecía de diplomacia. No puedo imaginar que nadie me quisiera dar trabajo. La única solución era seguir estudiando y, si fuese posible, prepararme para un empleo en el que fuera mi propio jefe. Debido a un extraño giro de las circunstancias, ya había logrado mi objetivo sin saberlo. En mis años del college vendí mis dos primeros relatos y me convertí en un escritor profesional. Pero nada me permitía imaginar que mi literatura serviría para pagar algo más que un capricho. La idea de escribir como carrera, y bien pagada por añadidura, sólo se le habría ocurrido a un megalómano, y por mucha confianza que tuviera en mí mismo, yo no lo era.

Los trabajos autónomos accesibles a los judíos, que proporcionaban prestigio social y una buena vida, eran las profesiones de médico, dentista, abogado, contable y algunas más. Por supuesto, era mejor ser médico. Gran parte de los médicos de Nueva York eran judíos, y para un judío era un método seguro de triunfar en una sociedad moderadamente antisemita. Da la casualidad que mi padre había asumido esto hacía mucho tiempo. Pensaba que, tras mi graduación, ingresaría en la facultad de medicina y me convertiría en médico. Puesto que nunca se me ocurrió discutir con mi padre sobre estos asuntos, lo acepté de forma natural.

Pero a medida que pasaba el tiempo, empecé a albergar ciertas dudas. En primer lugar, ¿de dónde demonios iba a sacar el dinero? No había manera de que yo pudiera pagar la enseñanza, los libros y el material. Había pagado el college con dificultad, ayudándome con trabajos de verano, la venta de unos cuantos relatos, unas becas de cuantía menor y todo el dinero del que pudo disponer mi familia. Nunca se podía ahorrar nada. La facultad de medicina era mucho más cara. No había ninguna posibilidad de que pudiera asistir a ella. Para empeorar las cosas, mi padre sufrió una angina de pecho en 1938 y no se sabía si podría volver a trabajar en la tienda o si yo tendría que ocuparme de todo y abandonar las esperanzas de llegar a ser algo distinto de un tendero.

Por fortuna, mi padre, que en esa época pesaba cien kilos, perdió peso a gran velocidad, lo rebajó hasta setenta y dos y se mantuvo así durante toda su vida. Siguió medicándose y trabajando en la tienda, pero esto hacía que estudiar mi carrera de medicina fuera todavía más problemático. En un aspecto más personal, tenía que pensar en abandonar mi casa. ¿Qué ocurriría si me aceptaran en una facultad de medicina en Ohio o Nevada?

Yo siempre había vivido en mi casa y sólo en muy raras ocasiones, y durante intervalos muy cortos, había abandonado la ciudad de Nueva York. De nuevo, como en el caso de las largas horas en la tienda, podía haberme rebelado contra ello, y cuando llegó la ocasión y ya no estaba obligado a permanecer en casa, podía haber salido a recorrer el mundo con la mayor alegría. Mi hermano, Stanley, reaccionó exactamente así. Él y su mujer recorren el mundo y les encanta. Por desgracia (tal vez por fortuna ¿quién puede saberlo?), la necesidad de viajar me agobiaba. No quería marcharme de casa. En realidad, me asustaba terriblemente abandonarla. No podía dormir pensando que tal vez tendría que irme a otro estado, estar solo y tener que ocuparme de mí mismo. No sabía cómo hacerlo.

Desde luego, con el tiempo, tuve que irme de casa y vivir solo y asumir las responsabilidades de compartir mi vida con una mujer y unos hijos. No obstante, siempre que me establecí en un lugar al que pudiera llamar hogar, me enraizaba profundamente en él y no quería abandonarlo. Esto ha seguido sucediendo durante toda mi vida, y mi aversión a viajar, mi deseo de permanecer en casa, en mi entorno cómodo y familiar, se ha acentuado. En la actualidad vivo en Manhattan, y he vivido allí durante veinte años. Hago todo lo que puedo para no tener que abandonarlo nunca, si puedo evitarlo. Con toda franqueza, no me entusiasma dejar mi piso. Envidio al detective de ficción Nero Wolfe[1] que prácticamente no sale nunca de su casa en la calle 35 Oeste.

La tercera razón era la más simple de todas. Cuanto más pensaba en ello más sentía que no quería ser médico, de ninguna especialidad. No puedo soportar ver la sangre, se me revuelve el estómago en cuanto se menciona una herida y la descripción de alguna enfermedad me desagrada. Aunque uno se acostumbra. Me fui habituando a las disecciones cuando elegí zoología en el college, pero no quería volver a pasar por el mismo proceso.

Por fortuna, esta situación la resolvieron por mí las propias facultades de medicina, y su decisión fue correcta. Envié la solicitud sólo a las cinco facultades del área de Nueva York (puesto que estaba decidido a no abandonar mi casa). Dos de ellas, incluida la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Columbia, me rechazaron sin más ni más, probablemente porque su cuota de judíos ya estaba completa. Las otras tres me hicieron una entrevista y, como siempre, produje una impresión desfavorable en los entrevistadores. No lo hice a propósito, hacía todo lo posible por resultar encantador y simpático, pero yo no poseía estas cualidades; al menos en esa época de mi vida.

Fui rechazado por las cinco en mi primer año de college y, cuando al año siguiente volví a enviar mi solicitud, me rechazaron todavía con más rapidez. Para mi padre fue una gran decepción. Era la primera vez que su notable hijo había intentado algo que creía que era importante y había fracasado. Creo que pensaba que la culpa, hasta cierto punto, era mía (lo que, sin duda, era cierto) y nuestras relaciones se enfriaron durante algún tiempo. Yo, por mi parte, sentí mi orgullo herido, si no, no hubiese sido humano. Mi mejor amigo del college, con peores notas pero mucho más sociable, fue admitido en la facultad de medicina y, por unos momentos, me invadió un sentimiento nada grato que casi nunca experimento: la envidia.

Sin embargo, lo superé y el paso de los años no ha hecho más que confirmar que no hubiera conseguido terminar la carrera. Hubiera sufrido la humillación, mucho mayor, de tener que abandonar, incluso si hubiese dispuesto del dinero suficiente, sencillamente porque carecía de la capacidad necesaria y, sobre todo, del temperamento adecuado. Hubiera sido un golpe muy duro. Nunca habría superado algo así. Siempre recuerdo esta época tan peligrosa de mi vida con enorme gratitud hacia la perspicacia e inteligencia de las personas encargadas de la selección que me impidieron ingresar en la facultad de medicina.


[1] Nero Wolfe es un detective creado por el escritor estadounidense Rex Stout, y cuya inspiración está basada obviamente en Sherlock Holmes, ya que al igual que este último; Nero no tenía que salir de su casa para revisar la escena del crimen y resolver el caso, su metodología era completamente deductiva, basada en testimonios y en las constantes visitas de los interesados. El canon del detective Nero asciende casi a las cuarenta novelas y un compilado de más de cincuenta historias cortas.


Leer capítulo 16

Leer capítulo 18

2 comentarios en “Rumbo a los cien años de Asimov [17]: El fracaso.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s