
Uno de los géneros de las historietas era la «ciencia ficción», el menor y menos considerado. Surgió en el mundo del folletín en forma de Amazing Stories[1], cuyo primer número apareció en abril de 1926. Su director, y por lo tanto el padre fundador de la ciencia ficción en revista, Hugo Gernsback[2], lo llamó «cientificción», una horrible palabra híbrida.
Fue despedido de su puesto de director en 1929 y siguió adelante fundando ese mismo verano dos revistas competidoras, Science Wonder Storiesy Air Wonder Stories[3], que pronto se fusionaron para formar Wonder Stories. En estas revistas utilizó por primera vez el término «ciencia ficción». La presencia de la palabra «ciencia» en la nueva revista fue un regalo del cielo para mí. Me las arreglé para engañar a mi ingenuo padre y que creyera que una revista titulada Science Wonder Stories trataba de ciencia. Las revistas de ciencia ficción fueron, por lo tanto, los primeros relatos de historietas que me permitieron leer. Puede que esta sea en parte la razón por la que, cuando llegó el momento de convertirme en escritor, eligiera este genero.
Otra razón fue que la ciencia ficción más difundida captaba la imaginación de los jóvenes. Me introdujo en el Universo, en particular en el Sistema Solar y los planetas. Aunque me había encontrado con ellos en mis lecturas de libros científicos, fue la ciencia ficción la que los fijó en mi mente, de manera definitiva.
Había, por ejemplo, una novela por entregas en tres partes que se llamaba The Universe Wreckers, escrita por Edmond Hamilton[4], que apareció en los números de mayo, junio, y julio de Amazing. En ella la Tierra estaba amenazada de destrucción por extraterrestres de fuera del Sistema Solar, pero estos fueron derrotados por la valiente actuación de los héroes que viajaron hasta Neptuno para salvar al mundo. ¡Cuánto más excitante y lleno de emoción que la simple captura de un criminal!
En este relato oí hablar por primera vez de Tritón, el mayor de los dos satélites de Neptuno. Alfa Centauri también desempeñaba un pequeño papel y esa fue la primera vez que oí hablar de ella y supe que era la estrella más cercana. Mi primera lectura sobre el principio de incertidumbre, uno de los fundamentos básicos de la física moderna, fue en una novela en dos entregas llamada Uncertainty escrita por John W. Campbell, Jr. y publicada en los números de octubre y noviembre de 1936 de Amazing.
Cuidado, no estoy diciendo que la ciencia ficción sea necesariamente una buena fuente para el verdadero conocimiento científico. Ciertamente, en mi juventud, más bien fue al contrario. En esa época inicial, muchos de los escritores de ciencia ficción lo eran también de historietas, y probaban su suerte en este campo y en otros, y tenían unas nociones de ciencia muy rudimentarias. También escribían adolescentes engreídos cuyos conocimientos de ciencia eran mínimos.
Con todo, entre la basura se encontraban algunas perlas y dependía de la capacidad del lector el encontrarlas. Por ejemplo, en el número de septiembre de 1932 de Amazing, un escritor llamado J.W. Skidmore empezó una serie de relatos sobre dos seres a los que llamó «Posi» y «Nega», que representaban lo «positivo» y «negativo», y sospecho que en este relato de 1932 fue cuando por primera vez conseguí que la noción de protones y electrones me entrara en la cabeza.
Yo tuve la suerte de que mi padre tuviera una tienda. Aunque estrictamente no se puede achacar a la suerte. Era inevitable. Como mi padre era un emigrante cuya única aptitud era la contabilidad, no tuvo elección. Carecía de destreza para ser carnicero o panadero, y es posible que ni siquiera fuera capaz de manejar una tienda de ultramarinos. Una de caramelos que no vendía más que artículos empaquetados (excepto la preparación de refrescos de jarabe que es sencillo de aprender) era el tipo de tienda menos especializada y que requería menos conocimientos. Era lo más básico. Una de las dificultades con la que me enfrentaba al iniciar la lectura de las revistas de la tienda era que tenía que hacerlo con rapidez para minimizar la posibilidad de que un cliente quisiera la revista. Si un cliente entraba y pedía una de Doc Savage cuando yo estaba leyendo el único ejemplar, me lo arrancaría de las manos en un abrir y cerrar de ojos. Por fortuna, no había mucha demanda de ciencia ficción. No recuerdo ni una sola vez que tuviera que entregar un ejemplar antes de haberlo terminado. Por supuesto, si recibíamos varias copias de una revista determinada, cosa bastante frecuente, entonces disponía de ella casi con toda libertad.
A menudo, una o más de mis revistas favoritas no se vendía en su período de publicación. Se puede suponer que entonces me quedaba con un ejemplar para mi colección, pero cuando salía un nuevo número de la revista los ejemplares no vendidos eran retornables a precio de mayorista, y mi padre los devolvía. Nunca me dejaron quedarme con ninguno, pero yo sabía que nuestra existencia pendía de un hilo, así que nunca me quejé.
Después de todo, tenía otras cosas gratis. Podía tomar un refresco de jarabe de chocolate de vez en cuando, aunque siempre tenía que pedir permiso. Los ignorantes los llamaban «crema de huevo», aunque no contenían ni crema ni huevo. Estaban hechos de un jarabe espeso de chocolate y agua con gas. No hay nada igual hoy en día. No sé qué tipo de basura sintética utilizan para el jarabe ahora, pero carece por completo del sabor empalagoso a chocolate del de la tienda de mi padre. Asimismo, mi madre me hacía una leche malteada de chocolate creyendo que era sano para un niño que estaba creciendo. Y lo era para ese niño. Contenía leche, cereales malteados y una ración generosa de ese maravilloso jarabe de chocolate batido para obtener espuma, que llenaba un vaso y medio grande d cristal, y que dejaba un bigote que ningún niño se quería limpiar. Pero estoy divagando…
Puede que alguien se pregunte qué influencia tuvo en mí y en mi desarrollo intelectual toda esa literatura folletinesca. Mi padre lo llamaba «basura» y, aunque detesto admitirlo, tenía razón en un noventa y nueve por ciento más o menos. Pero eso es lo que pienso yo. Por muy insignificante que pudiera ser, esa clase de literatura tenía que ser leída. Los jóvenes, ávidos de historias banales, torpes, intoxicadoras y llenas de tópicos necesitaban leer palabras y frases para satisfacer su anhelo. Esas obras mejoraban la capacidad de lectura de quienes las leían, y un pequeño porcentaje de ellos puede que después pasara a lecturas de más calidad.
¿Y qué ha ocurrido desde entonces? A finales de los años treinta, los tebeos empezaron a inundar el mercado y las historietas perdieron importancia debido a esa competencia. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo una escasez de papel, lo que hizo que su producción disminuyera todavía más. Con la llegada de la televisión, lo que quedaba de ellos murió (todos menos, cosa asombrosa, los de ciencia ficción).
En general, la tendencia de la segunda mitad del siglo ha sido el abandono de la palabra por la imagen. En los tebeos prevalece la imagen sobre el texto. La televisión ha llevado esto al límite. Incluso las revistas satinadas agonizaban debido a la competencia con las ilustradas de los años cuarenta y con las revistas de chicas desnudas, que aparecieron más tarde.
En resumen, la era de las historietas fue la última en la que los jóvenes, para conseguir su material rudimentario, estaban obligados a saber leer. En la actualidad todo esto ha desaparecido y los jóvenes mantienen sus ojos vidriosos fijos en el televisor. La consecuencia es evidente. La auténtica capacidad de leer se está convirtiendo en un arte arcano y el país se va lenta pero inexorablemente «hundiendo en la estupidez» con la televisión y el multimedia. Es algo que me parte el corazón, y recuerdo con nostalgia aquella época, no sólo por mí, sino también por la sociedad.
[1] Como se mencionó en el capítulo pasado, fue Amazing Stories la madre del género gulp de ficción. El nombre se volvió más popular cuando Steven Spielberg compró los derechos del nombre y llamó así a su famosa serie de televisión
[2] Padre de la ciencia ficción sólo por haber acuñado el nombre y por haber puesto de moda el género gulp de ficción en aquella época. Los famosos y prestigiosos premios Hugo fueron nombrados así en su honor. Asimov tiene una antología de lo mejor de los premios Hugo que vale mucho la pena leer.
[3] En Air Wonder Stories es donde se publicó por partes el famoso relato que le dio la fama a Weinbaum (del cual ya se habló en el capítulo correspondiente), The Martian Odyssey.
[4] Hamilton y su amigo E.E. Smith, fueron padres del género Space Opera, si no suena familiar para el lector, creo que con mencionar a Star Wars como uno de los exponentes modernos del género es más que suficiente. Daso curioso: Hamilton tuvo más fama que E.E. Smith, pero dentro de los escritores favoritos de Asimov, destacaba mucho más el nombre de Smith, esto por la sencilla razón de que al igual que Weinbaum, Smith también era ingeniero químico.
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