Rumbo a los cien años de Asimov [11]: Convertirse en adulto.

Supongo que todos los niños quieren crecer y convertirse en adultos, con todos sus derechos y privilegios. Es lógico que un niño piense que su vida está muy limitada, con sus padres diciéndole todo el día lo que tiene y lo que no tiene que hacer, sin poder tomar sus propias decisiones y cosas así. Por tanto, ve la edad adulta como una época de increíble libertad. (Después, puede que descubra que no es más que un pasaporte para una esclavitud todavía más onerosa… pero no importa).

Cuando yo era joven había algunos aspectos físicos asociados a hacerse adulto. Los niños llevaban «pantalón corto», o sea, pantalones que se ataban con una hebilla por debajo de la rodilla, parecidos a los pantalones de los aristócratas del siglo XVIII. Por supuesto, se llevaban con calcetines largos que llegaban a la rodilla. A medida que uno crecía, aumentaba su odio hacia los pantalones cortos, ya que eran una señal de niñez. Los niños ansiaban que llegara el momento en que pudieran ponerse «pantalones largos» por primera vez, pantalones corrientes hasta el tobillo y sin hebillas.

Recuerdo la primera vez que me los puse. Estaba tan orgulloso que no la felicidad no cabía en mí. Salí a la calle y me paseé para que todos me vieran y se dieran cuenta de que había un nuevo adulto en el mundo. En realidad, por aquel entonces sólo tenía trece años, y enseguida descubrí que los pantalones largos no me convertían en adulto. Sin embargo, me sorprendió que, al poco tiempo, los pantalones cortos desaparecieran de la escena. Los niños ya no los han vuelto a usar nunca. Ya no llevan el estigma y no creo que sea justo. ¿Por qué tuve yo que llevar ese distintivo de deshonor cuando en la actualidad nadie lo hace?

He vivido para ver otros cambios en la manera de vestir. Cuando éramos jóvenes todo el mundo llevaba gorra. Eran de tela y con visera. Se podían doblar, estirar, arrugar, les hacías cualquier cosa y siempre seguían bien. Nunca he tenido nada mejor para cubrir la cabeza; algunas hasta tenían orejeras para el frío. Ahora han desaparecido. Se dice que los malos de las primeras películas de gángsters siempre llevaban gorras y que por ello el público norteamericano (que nunca se ha distinguido por pensar por sí mismo) dejó de usarlas. No me importó. Me pasé al sombrero de fieltro, que era el de «adulto». Con el tiempo llegué a odiarlo, aunque lo utilizaba todo el mundo. En las películas, todos llevaban uno en la calle. El sombrero seguía siempre en su sitio, no importaba lo que ocurriera, incluso cuando los actores se peleaban, lo que sucedía a menudo en las películas más baratas.

Para mí fue un alivio cuando desaparecieron los sombreros y ya nadie los llevaba. Por supuesto, a medida que me hacía mayor, descubrí que era muy útil utilizar un sombrero para no pasar frío, pero ahora uso uno de piel de estilo de ruso que, como las gorras de mi infancia, se puede doblar y meter en el bolsillo.

He visto otros cambios en la ropa de hombre. Los chalecos casi han desaparecido. Los pantalones ya no tienen vuelta (muy útil para acumular hilos y piedras). El bolsillo para el reloj ha desaparecido. Los botones de la bragueta de los pantalones han sido sustituidos por cremalleras. Esto ha sido un favor divino, ya que cuando era pequeño uno de mis juegos favoritos era acercarme a la víctima escogida y abrirle de repente la bragueta al son de una carcajada burlona. Que yo sepa no se veía nada extraordinario, pero se provocaba una gran turbación, sobre todo si había chicas por los alrededores. Aparentemente, si el autor lograba arrancar un botón o dos, era un triunfo todavía mayor, y alguna pobre madre tenía que volverlos a pegar.


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