
Mi dentista, la muy desgraciada, se fue de «vacaciones» a Alemania para la boda de su hija. Vale, muy lindo el amor y demás, pero se olvidó que me tenía de su pendejo aquí esperándola para que me hiciera el ajuste mensual de mis hermosos y muy dolorosos brackets.
Como sea, creí que podía aguantar un mes sin ella, pero resulta que el canino derecho ha experimentado cierto movimiento con el tratamiento, lo cual es bueno, eran los únicos dos dientes que me interesaba arreglar, los demás estaban perfectos. El problema es que este movimiento deja más expuesta y sensible la encía, lo que genera un doloroso efecto al que los dentistas llaman «diente destemplado». Que como podrán imaginar, el frío es algo que te llega desde la encía hasta el cerebro y te mueres siempre que comes algo a una temperatura menor a un millón de grados Celsius.
También he de decir que yo soy una persona que toma decisiones demasiado estúpidas, el mejor ejemplo es que para mitigar el dolor he estado poniéndome en un elevado y muy cuestionable estado de ebriedad, no por ser alcohólico, para nada, sino con fines clínicos.
Esto me ha generado gastritis, esa horrible sensación de que todo te duele cuando tragas o que sientes la boca del estómago en llamas, era de esperarse, ya tantos años tomando y ahora subiéndole la cantidad… ¿A mi edad?, yo ya soy anciano, no puedo estar jugándole al vergas sin que mi salud sea la principal afectada.
Lo más inteligente sería ir con el médico para que me recetara algo, pero:
1.- No me gusta ir al médico (los considero estúpidos).
2.- Si me llega a recetar algo irá a acompañado de su consejo de vida: «ya deja de tomar».
3.- Me va a cobrar por algo cuya cura la puedo sacar yo con mis poderosos conocimientos de química.
Y el punto clave es el tercero: La maravillosa química que nunca me ha decepcionado.
Busqué en mi alacena y refrigerador por algún alimento y/o condimento alcalino, algo que no encontré pues al parecer mi familia decidió volverse devota de la inanición, ergo, yo me voy al carajo junto con ellos.
Mientras creía que la acidez estomacal iba a terminar conmigo, encontré al fondo de la alacena un hermoso paquete de polvo para hornear, y grité: ¡Eureka! (bueno, no grité, pero lo pensé lo cual es lo mismo).
Para los que no sepan, el polvo para hornear está mayormente conformado por bicarbonato de sodio (NaHCO3). Una sal alcalina que se usa en muchos platillos donde se ve involucrada la masa. Esto es porque cuando el bicarbonato se ve expuesto al calor o entra en contacto con otros componentes, tarde o temprano experimenta una reacción de descomposición en la que libera CO2, y eso hace que la masa sea esponjosa y chingona. Pero como dije, el bicarbonato también es conocido por ser alcalino. Y como bien sabrán: Alcalino es lo mismo que básico, es decir; el antagonista por antonomasia del ácido.
El problema es que yo no tengo los huevos para comerme una cucharada de polvo para hornear, así que decidí buscar algo con que diluirlo que no fuera agua. En mi búsqueda terminé encontrando leche y también encontré una bolsa como de dos kilos de fresas congeladas… La conclusión era sencilla: Un licuado de fresas y luego echarle el polvo para hornear.
Puse la leche en la licuadora y saqué las fresas del congelador, se las iba a poner cuando entonces tuve una epifanía de las viejas clases de química analítica que tuve en la universidad, en la cual en una de ellas teníamos que sacar el pH de determinadas sustancias, y claro, una de ellas era la leche, la cual al final obtuvo un valor por debajo de 7, es decir: ácida.
Eso me hizo entrar en una crisis existencial, porque también recordé que la leche adquiere esa desviación de pH debido al ácido láctico que contiene, la pregunta era: ¿Cuánto de ácido láctico contiene la leche?, y es súper importante por esta sencilla razón:
Si mi idea es tragar polvo para hornear con la idea de que neutralice el ácido estomacal, ¿qué me asegura que la relación estequiométrica de polvo no es otra cosa que la necesaria sólo para neutralizar el ácido láctico en la leche?, ¡booom!, ¡blow mind!
Corrí rápido a mi cuarto en busca de mi celular para hacer las búsquedas de la concentración promedio de ácido láctico en la leche, el dato rondaba en 1.4 g/L, pero pues no toda la leche es igual, dado que no tenía fenolftaleína para hacer la titulación del ácido en la leche, decidí recordar y hacer unos cálculos mentales:
En teoría se supone que el proceso en alimentos para la titulación del ácido láctico suele ser con hidróxido de sodio (NaOH) y la relación estequiométrica es 1:1, es decir, un mol de ácido láctico sale a bailar con un mol de hidróxido de sodio. Sin embargo, para el bicarbonato no tiene qué ser así, pero hice una homóloga entre el ácido clorhídrico del estómago y el bicarbonato, y esa sí es muy sencilla:
HCl + NaHCO3 → NaCl + H2O + CO2
El razonamiento me llevó a la conclusión de que también es 1:1, ergo, sólo necesitaba el volumen de leche. Me apuré, porque ya llevaba como media hora haciendo cálculos y estimaciones, la leche se estaba calentando y el estómago me estaba matando.
Medio litro de leche era equivalente a 0.7g de ácido láctico, sólo necesitaba el peso molecular (90.08 g/mol) para saber que los moles que le correspondían eran algo así como 0.00777 moles de ácido láctico, ergo, la misma cantidad de moles en bicarbonato, y claro, una cantidad extra basándome en la cantidad de ácido clorhídrico que debía neutralizar en mi estómago, es decir:
0.00777 + x = n moles de NaHCO3
Además había que considerar lo siguiente:
Yo no conozco la relación peso/peso entre el bicarbonato y el polvo para hornear, dicho de otra forma: Ese polvito blanco tiene un determinado porcentaje de bicarbonato, ¿cuánto es ese porcentaje?
Además, ¿cuánto del ácido clorhídrico debo neutralizar?, ¿es sano si dejo mi estómago hecho pura agua con sal? (resultados de una reacción de neutralización).
Total, los problemas habían aumentado el doble, y lo peor es que no tengo muchos instrumentos de laboratorio en mi casa (les prometo que los tendré algún día, y ese día mi vida en la cocina será mucho más sencilla).
En fin, revisé la información del producto y la única pista que me daban era que el total de peso eran 100 gramos, pero, 20 gramos correspondían al peso de sodio puro. Obvio ese sodio no sólo formaba parte del bicarbonato (recordar que el bicarbonato sólo tiene un átomo), sino que también formaba parte del cloruro de sodio (sal, NaCl).
¿Cómo iba a salir de esta?, fácil, tenía un sistema de ecuaciones de 2×2, también faltaba saber cómo medir gramos de una forma sencilla.
Conozco el peso atómico del cloro, del sodio, del carbono, oxígeno e hidrógeno, si 20 gramos son de puro sodio, 10 corresponden a la sal y 10 al bicarbonato, cada uno de esos compuestos no van solos, uno tiene el cloro, y bueno, el bicarbonato tiene lo que ya dije.
Si convierto 20 gramos de sodio en átomos y divido entre dos, tengo las dos ecuaciones, juntas suman un tanto que corresponde a la masa de ambas moléculas n veces. Sólo tendría que extraer de allí el peso del bicarbonato (la mitad) y dividir entre la masa total del bote (100 gramos).
Ahora sólo tenía el problema del ácido clorhídrico estomacal (para integrarlo a la ecuación general), y claro, tenía el hecho de que no tenía nada para pesar con exactitud el bicarbonato.
Lo del ácido lo resolví buscando un libro llamado «Fisiología de los sistemas endocrino y digestivo», pero estaba en el celular, y la descarga se veía pesada y además no podía leer bien, así que fui por mi computadora, mi calculadora científica y mi cuaderno.
Estaba haciendo los cálculos a toda velocidad cuando sentí como cayó una gota de sudor en mi cuaderno, ¡la leche también se estaba calentando!
La toqué y ya estaba a temperatura ambiente, esto iba a cambiar más las cosas, es obvio que si existe algún crecimiento bacteriano dentro de la leche va a aumentar su acidez y eso iba a mermar mis cálculos, debí haberla dejado en el refrigerador, pero tampoco sabía que el problema iba a estar tan apasionante.
No me importó la ciencia ni la exactitud, eché medio bote de polvo para hornear y luego metí las fresas, pero las pendejas ya estaban semi descongeladas, así que cuando incliné la bolsa se me fueron un millón de ellas hasta que se llenó la licuadora, eché muchas cucharadas de azúcar y empecé a licuar.
Tanta fresa sin nada de líquido formo una pasta rosada con la misma textura que el puré de papás de KFC, además burbujeaba… Parecía que tenía vida.
Lo serví en un plato porque ya no se podía beber, y allí estaba yo, viendo como el CO2 salía de la mezcla y formaba burbujas, «no puede estar tan malo», pensé. Me metí una cucharada y ¡oh por dios!, sabía a pura sal, además de que me empezó a doler el diente y se me congeló este inútil y bueno para nada cerebro.
Me lo tragué más a fuerzas que con ganas, más que nada porque igual aquí no se tira la comida y si me ven tirando algo me matan.
Y así quedó, ahora estaba asqueado, me dolía el diente y me fui a acostar mientras ya me llegaban mensajes para salir otra vez a tomar, tuve que decir que no.
Me acosté y me puse a leer un libro, en eso vino mi mamá al cuarto, le dije que tenía gastritis y me dijo que me tomara una ranitidina.
– ¿Qué es eso?
– Es un medicamento que inhibe la producción de ácido estomacal.
– Oh… ¿Y tenemos de eso?
– Sí, como 20 cajas, si no quieres igual te tomas un sal de uvas.
¿Sal de uvas?… alka seltzer… burbujas… efervescencia… ¡Puta madre!, la sal de uvas es también bicarbonato de sodio.
Ay no, muero, soy tan imbécil, debí ir a la tienda a comprarme uno. Debo quitarme esta mañana de intentar reinventar mi propia versión de la farmacología y la medicina general.
#PeaceOut.