
Capítulo 1
Las voces de Eco.
¿Recuerdan su primer beso?, el primer becerro dirían en mi rancho. Arrojo esta pregunta al aire esperando que pique la remembranza que llevo días buscando y que parece que ha abandonado a este que se juraba el amo de sus propios recuerdos. Me explico:
Una amiga compartió un artículo donde hablaban del porqué los humanos recordamos nuestro primer beso con tanto detalle. Estaba de acuerdo, pero, al momento de intentar recordarlo me percaté que no podía. Ya me había pasado antes, pero como fue un día después de tomar cuando intenté recordar, no le presté importancia al poco rendimiento. Llevo ya varios días cavilando la idea en profundidad. Aunque no he dado con el recuerdo, sé que cuando escribo alcanzo memorias que no se pueden alcanzar cuando solo se hace el esfuerzo por pasar el rato.
Esta es mi nueva serie, exclusiva de Netflix y 3deep5me, un repaso al paso de mis años, hablando de todas las mujeres (y hombres) que han pasado por estos milagrosos labios sabor a pecado que siempre terminan besando todas las zonas erróneas. Quiero creer que las letras me darán respuesta, ¿y si no?, bueno, al menos quedará en palabras un poco más de aquello que tanto ocultan los recovecos de esta pobre mente que cada día se corrompe más por el tiempo.
Como advertencia: Dado que soy yo, de antemano les digo que esto será cursi, lleno de amor, lágrimas, odio, un chingo de sexo, violencia familiar y un chingo de malas palabras. Advertidos quedan. Sin más, pasemos al recuerdo de la que se supone fue mi primera novia, ¿por qué?, bueno, porque es el primero que se me viene a la mente, ¿por qué más sería?
. . .
Mi mamá nos llevó al cine a mi hermana y a mí. Es raro que eso pase, es raro que le nazca, supongo que estaba de buen humor. Yo en aquél entonces estaba cursando el tercero y último año de secundaria.
Siempre he sido un dramático, alguien cuyo excelso gusto por el cine no se debe tomar a la ligera. Si no veo lo que yo quiero, no lo disfruto. Siempre he optado por ver películas en mi casa ya que me pone triste la árida cartelera del cine, al que llamo “el menú de los pobres de mente”, de los que nada le exigen a la industria cinematográfica. Hoy en día eso de los Avengers no va conmigo, ¿y en el pasado?, es lógico pensar que tampoco.
Ese día no fue la excepción, recuerdo bien que había pura mierda, pero entre todas esas películas había una que me llamaba la atención por el titular y por la sinopsis:
“Camino del diablo, un grupo de jóvenes se introducen a una no sé qué vergas donde no sé qué vergas, las tripas, la sangre y el mal asechan por todos lados, bla bla bla, bien gore esta mierda”.
– Pues ya estamos aquí, ya mínimo veamos esa película – dije.
– No Fer, no me gusta que veas películas de terror violentas, te hacen daño a la cabeza – dijo mi mamá – mira, mejor veamos esta otra, también es de terror.
La sinopsis de la otra es de la película de “Reeker”, no entraré en detalles. Pero la sinopsis que tenían en el cinepolis hablaba sobre cómo un grupo de jóvenes adultos se las veían con un fantasma y el terror, y bla bla bla. Muy… Gay.
Dos películas de terror, una de violencia extrema y otra de un fantasmita, yo un adolescente de 13 años que buscaba satisfacer sus oscuras perversiones a través de la sangre del género slasher y sus impulsos sexuales a través de la burda (pero muy buena) pornografía del ares.
Ante el tribunal supremo de la santa madre fueron expuestos los argumentos del porqué la gore era mejor. No llegué a ningún lugar, no conseguí nada, siempre víctima del totalitarismo materno, de esta maldita monarquía que jamás ha podido ser derrocada.
Ya que estábamos sentados en la sala a oscuras, si yo no podía alcanzar la felicidad, ¿lo lógico?, que no la alcanzara nadie, si yo me hundo, todos se ahogan conmigo. Creo que los que me conocen lo saben bien.
Empecé con mi soliloquio sobre cómo el cine moderno era una mierda, de cómo el gobierno y las grandes productoras sólo nos veían como peones, unos consumidores de gustos sencillos que no pensaban más allá. En nosotros recaía el mal nivel del séptimo arte.
– ¡Somos unos pendejos! – Dije.
– ¡Ya cállate Fer, deja de decir pendejadas, te están escuchando! – Dijo mi santa madre.
– No, es nuestra culpa. Cuando vemos estas mierdas le hacemos creer a las productoras que esto es lo que nos gusta, y no, no debería ser así. Deberíamos rechazar el trabajo de mala calidad. Ser exigentes con lo que consumimos. ¡Todos en esta sala son unos pendejos!, hasta el día que no nos quitemos esta venda de los ojos es que en verdad el mundo va a cambiar, de algo tan senci…
– ¡Ya cállate wey, ya va a empezar! – me gritó un don nadie.
La gente, alguna se reía, otros se quejaban, como siempre, yo y esta hermosa personalidad siempre hemos cargado con media aprobación y con medio rechazo, el dividido pollice verso, siempre confunde al más apto de los dirigentes romanos.
Empezó la película y preferí guardar silencio antes de que algún linchador entusiasta tuviera energías adicionales suministradas por el combo de soda y palomitas del cinepolis. No pasaron ni 10 minutos y quedé enganchado con la película, ¿mi madre y mi hermana?, horrorizadas de lo que estaban viendo.
Si no me creen pongan en google imágenes de “Reeker” y verán lo dañada que está esa película.
En silencio, nunca me percaté que las penumbras que siempre rodean las misteriosas últimas filas del cine, ocultaban la cara de quién sería mi primer “gran amor”.
Salí encantado de la película, platicando a mi mamá lo mucho que nos esperaba en el infierno como tortura a las almas que habíamos pecado. Mi hermana se desvió y fue a saludar a una conocida de la secundaria.
Pausa para explicar:
Mi hermana y yo estuvimos en la misma secundaria, primero en la técnica No. 72 y luego en la federal No. 8, nos cambiamos después del primer mes cuando yo pasé a tercero, esto debido a que me corrieron de la 72, pero esa es otra historia.
Siendo los chicos nuevos, obvio causamos curiosidad en cada esfera social de la secundaria. Y los dos… Bueno, tenemos una personalidad algo extraña, ella a su manera, yo a la mía, total, no pasamos desapercibidos. La secundaria no fue la excepción, ergo: Mi hermana era popular, yo también.
Retomando… Esa “amiga” de mi hermana era nada más y nada menos que Isabel, la chica más buena de toda la secundaria (turno vespertino), estaba muy desarrollada para su edad, tenía un culo gigante, buen par de tetas, cintura de avispa, piel de porcelana, cabello pelirrojo, 10/10.
Mi hermana estuvo hablando con ella en el estacionamiento, pasados unos 10 minutos se incorporó con mi madre y conmigo, y bueno, emprendimos el camino de regreso a casa. Una vez que llegamos, mi hermana me hizo un comentario:
– Oye, te manda saludos Isabel.
– Qué bueno. Dile que también le mando saludos.
Cualquier persona con tres dedos de frente en este momento ya sabría qué estaba pasando, yo no. En mi inocencia y con mi cerebro apenas desarrollándose para llegar a ser la máquina súper desarrollada que es ahora, poco sabíamos del amor, poco sabíamos de cuando una mujer quiere… tú sabes, que la destripes con tu verga.
Con el paso de las semanas, esos “saludos” se volvieron más frecuentes. Un día mi hermana hizo una intervención para dejarme algo claro:
– Oye, le gustas a Isabel, me dice cuñada, deberías hablar con ella.
– ¿Le gusto?, no mames, ¿neta?
– Sí pendejo, llevo como dos semanas mandándote saludos de ella.
– Pero ella es muy guapa, fue reina y toda la cosa. ¿Qué chingados hace saludándome a mí?
– No sé, dice que le gusta tu voz y lo que hablas.
La chica más guapa y popular de la escuela mandando a decir que le gustaba. Sin conocerme ella, supo cosas que no supe yo hasta años después, como es el hecho de que me gusta más que me acaricien el ego que la verga, tenía que conocerla.
Eso hice, al día siguiente las amigas de ellas y mis amigos (que curiosamente todos sabían que Isabel me quería coger, menos yo) arreglaron la mágica velada atrás de los baños (súper romántico).
La plática, como casi con cualquier persona, era tremendamente aburrida. No hay nada que yo pueda rescatar de aquél día que lo que ya esperan leer aquí:
– Me gustas mucho Efraín.
– ¿Y eso?
– Bueno, me gusta todas esas cosas que dices, me gustó mucho lo que estabas diciendo en el cine de que la película era para pendejos, ¿te gustó?
– Pues no, me entretuvo, pero no es mi género, no soy tan amigo del terror, pero dime, ¿por qué te gusto, o sea, yo, no la película?
– Pues por tu voz, y la forma que usas para decir las cosas.
– ¿Y ya?
– Pues no, pienso otras cosas de ti, pero me gustaría conocerte más a fondo.
Mi voz cambió cuando yo estaba en segundo de secundaria. Pasó de ser la de una niña a la que tengo actualmente. Ella fue la primera mujer en decirme que era linda, eso es algo que nunca se me va a olvidar.
– No sé qué hacer, te voy a ser honesto. Nunca había reparado en ti como… tú sabes, un interés sentimental. O sea, eres linda y demás, pero no sé qué debo decir, o hacer.
Pausa. A todo esto, Isabel era ex novia de un malandro (“cholo”) al que le decían “el chango”. El tipo se veía como de 30 años (y mira que yo en la actualidad ni me veo joven, ¿cómo se veía aquél cabrón?). Alto, mamado, pelón, barba de candado y prieto. Su principal pasatiempo era agarrarse a chingazos y jugar a aventar monedas contra la pared. El que quedaba más cerca se las llevaba todas. Era una especie de juego para prisioneros, porque eso era la federal 8, un puto reclusorio. No solo de la libertad del cuerpo, sino unas rejas invisibles que contenían el pensamiento mismo.
El chango se me había acercado para preguntarme qué había hecho para que una “vieja” como Isabel se fijara en un “pendejo” como yo. Y bueno, no supe qué responderle porque ni yo mismo sabía. Al final él y su comitiva me habían advertido que no desperdiciara la oportunidad o me iban a agarrar a chingazos. Juraba el chango que siempre se había quedado con ganas de meterle la verga, pero bueno, que no había podido porque ella lo terminó por ser un pendejo. Algo que no me sorprendió en absoluto.
Con esta advertencia sentada, retomo:
– No debes hacer nada que no te nazca, ¿no te gusto ni un poquito? – dijo Isabel.
– O sea, es que sé que eres bonita. Pero no sé, todos mis “amigos” me han dicho que si no te hago mi novia entonces soy un pendejo.
– Pues tú debes hacer lo que quieras.
– ¿Te parece si hablamos unos días más para conocernos?
– Está bien.
Y eso hice, todos los recesos iba con Isabel. No era inteligente, no hablaba nada interesante. Pero era linda como la chingada. Es el tipo de mujer al que deseas disecar y tener en tu sala, encuerada, un adorno para la casa, una buena pintura colgada en la pared. Sin embargo, con el paso de los días eventualmente la hice mi novia, y recuerdo bien el día, porque el día es lo que más conflicto me causa en ese recuerdo que ando buscando:
– Lo he estado pensando, la verdad eres una chica muy linda. Y me gustaría saber si te gustaría ser mi novia – Dije.
– ¡Sí! – dijo.
Feliz, creo. Lo digo porque se me abalanzó y pasó sus brazos por mis hombros, abrazando mi cuello. Se me quedó mirando esperando que la besara. ¿Y yo?, bueno, yo lo hice, con miedo, nervios y todas esas cosas que se tienen cuando se es joven y pendejo. Pero me animé, las cosas ya estaban hechas y no había paso atrás, ya me había comprometido a una novia que me iba a pasar factura, a toda mi vida con intereses.
Isabel era un animal, para ser nuestro primero beso se pasó de la raya y pisoteó todo lo que esta sociedad estipula como bueno en el primer beso de una relación, me metió lengua y toda la cosa.
– ¡Qué bonito!, me gustó, besas bonito – me dijo.
– Gracias, lo sé muy bien.
Y aquí es donde yo debo romper la cuarta pared de esta puta anécdota: Yo no sé si dije eso porque soy un puto narcisista arrogante asqueroso, o bien, en su momento recordé las chicas que ya había besado. Isabel era mi primera novia, pero no la primera mujer que había besado. Pero claro, si pudiera recordar exactamente el porqué dije eso, ¡uff!, no estaría aquí escribiendo como pendejo esta pequeña bildungsroman.
Siguieron pasando los días. Isabel tenía fuego en los ojos, en las manos y entre las piernas. Siempre quería dar muestras de afecto en público, y no, ese no es mi estilo, o bueno, en aquél entonces era más cauteloso. Actualmente puedo medirlo y aceptarlo, pero antes me causaba pánico que nos vieran los demás.
Tomarla de la mano era un reto, si quería que la abrazara era un reto, todo me resultaba difícil. Isabel empezó a notar que yo era un pendejo en toda la expresión de la palabra.
Yo ya me las olía que Isabel no me quería solo como novio, sino que también quería que le tronara la nuez, o sea, que le entregara el tesorito, que le tronara el ejote, ponerle carne al tamal… Perder la virginidad.
Esto lo deduje en un receso en el que me pidió que le metiera las mano en el culo, algo que me pareció algo extraño, no era un “quiero que me acaricies el culo”, sino más bien: “Mete tus manos por debajo de mi pantalón”. Yo estaba confundido, ya había tenido unos encuentros en el pasado (segundo año en la 72 que también me dejaron traumado, pero eran cosas que me hacían a mí, no cosas que tenía que hacer yo).
Procedí con la misión, con mano temblorosa y mi corazón saliéndose del pecho porque no sabía qué estaba pasando, tan inocente yo, “¿Es esto lo que es el amor?”, pensaba, pobre criatura:
– Apriétame – dijo.
– O sea, ¿cómo?
– Apriétame las nalgas con fuerza.
– Ahhhhhhhhh.
– Baja más – me dijo.
Eso hice, baje más las manos con mucho esfuerzo, era casi imposible. Ella tenía pantalón y le quedaba muy ajustado, era obvio, tenía un culo gigante, no sé cómo esperaba que yo le metiera manos. Pero ya estaba allí, bajando cuando entonces se terminó el culo y empezó lo peligroso, y lo sentí, había algo mojado allí que me perturbó.
– Ya, espera, nos van a ver Isabel, vámonos – dije.
– Mmmm, ok.
Ese fue un error, debí haberla dedeado hasta que perdiera el conocimiento y le empezara a salir espuma por la boca, matarla a convulsiones o algo. Y lo digo porque eso es precisamente lo que terminó la relación. Deja me explico…
Resulta que pasadas las semanas, Isabel siempre quería que le estuviera metiendo mano, sólo para eso me veía, yo era su puto dildo. Y lo peor es que quería que se lo hiciera a lado de la escuela, justo frente a la iglesia, siempre desafiando a la casa de Dios nuestro señor.
Yo no estaba preparado, yo lo último que quería era eso, estaba muy verde y todavía no terminaba de convertirme en hombre, si volviera al pasado con esta mentalidad posiblemente ni echándome toda el agua bendita de la iglesia lograrían que le sacara la verga. Pero bueno, el pasado es pasado, siempre amedrenta la mente por lo que hicimos y no hicimos.
Estos “peros” y trabas de no querer hacer cosas con ella, empezaron a hacerla enojar. ¿Qué hizo?, mandarme a chingar a mi madre, pero al menos lo hizo de una forma muy cariñosa:
– Efraín, creo que debemos hablar – dijo. Y ya sabía que era algo malo, había leído lo suficiente y había visto suficientes películas como para saber perfectamente toda la mierda que se me venía encima.
– Estamos hablando – dije.
– Creo que debemos terminar.
– Ah cabrón, ¿y eso?
– Bueno, creo que eres algo… Infantil.
– ¿Infantil en qué sentido?
– No sé, no quiero hablar de eso, simplemente no eras lo que esperaba.
– ¿Pues no que querías hablar?, ¿qué esperabas de mí?, o sea, yo no sé. En primer lugar yo ni quería andar contigo, es obvio que yo no te iba a dar eso que querías.
– Ahora resulta, ahora vienes a decirme eso de que no me querías.
– Es verdad, yo no quería, prácticamente me obligaron. No me interesabas, pero bueno, ya que te quieres ir, pues vete, que te vaya bien.
– Eres un pendejo, todavía que te doy la oportunidad.
– ¿La oportunidad?, ¡pues si tú me buscaste a mí!, además, la oportunidad te la di yo, y no hemos hecho nada interesante. No te ofendas, pero no hacemos más que lo mismo, todos los putos días nos vemos en el receso, nos besamos. Luego venimos aquí y me haces meterte las manos, ¿qué vergas es eso de relación?, es aburrido.
– Eres un pendejo.
Y dicho eso, ella y ese hermoso culo al que desearía volver a tener en mis manos (pero siendo mayor de edad) se fue al mismo tiempo que llegaba el alba. Adiós Isabel, mi yo del presente todavía te extraña de vez en cuando.
Me quedé allí afuera de la iglesia, haciendo corajes. ¿Por qué?, pues porque ella me había terminado a mí y no yo a ella. Ese puto ego siempre ha estado allí, ofendido.
Y no sólo era el ego, sentí odio, ira y un extraño nudo en la garganta que jamás pude entender. Cuando menos me di cuenta estaba llorando, por una mujer a la que ni quería. Nunca supe la razón, tal vez es tanto el odio que puedo llegar a sentir que por eso lo hice. Tal vez fue el orgullo, no lo sé, no era desamor, pero me sentía mal.
Obvio el chisme llegó a todos lados. Isabel le dijo a sus amigas que era joto y que no me la había querido coger. Pobre pendeja. Pasé días haciendo más corajes y con la típica rutina para no encontrarnos en la escuela y no tener que vernos las putas caras.
Todos los días me pregunté qué hice yo para merecer meterme con una pendeja como ella. No le había sido suficiente con mandarme a la verga, también me tenía que destruir con sus amigas. Siempre ha sido de muy mal gusto ese extraño juego de las mujeres. Lo conozco bien, y lo conozco desde hace ya años.
Pasé días sin hacer tarea ni nada, sólo escuchando música y viendo el techo de mi cuarto. Me ponía a cantar intentando olvidarla. Pero luego mi propia voz me hacía recordar que esa fue la primera razón por la cual ella me empezó a buscar. No sé si era algo superficial, pero así fue. Pensé en su momento que nunca habría de encontrar a otra mujer que le gustara tanto mi voz. Y estaba bien, según yo si encontraba a otra mujer debía ser una que se enamorara de la personalidad, una personalidad que por cierto iba a construirse de tal forma que terminara siendo lo que es ahora.
Pasó el tiempo, tal vez uno o dos meses. Ya la había olvidado y sepultado muy bien en mi memoria, al menos la que tenía en aquél entonces.
Necesitaba ponerme al corriente en la escuela, me faltaban tareas de todo tipo. Además de que no estaba entrando a clases porque prefería irme a jugar a la KOF 2002 con mis amigos.
Empecé a entrar de nuevo a una clase optativa que trataba sobre la historia y geografía del estado de Chihuahua. Tenía que entregar una monografía que hablara de los 67 municipios del estado de Chihuahua, su población, su escudo, historia, etc.
Entré al salón después de haberme ausentado mucho tiempo en lo que superaba mi relación amorosa. Me senté hasta atrás y saqué mi cuaderno. El profesor empezó a decirme que teníamos que entregar aquél trabajo y a quejarse por mi ausencia, bla bla bla. Puto viejo hocicón, no sabía con que puta proeza de la naturaleza estaba hablando, igual le di por su lado.
Miré a la fila de enseguida y había una mujer hermosa que no había conocido. Tenía ojos oscuros, cabello castaño. Estaba buena, pero no tanto como Isabel, esta tenía proporciones más humanas, más mundanas.
El profesor empezó a dictar unas mierdas que yo no apunté pero memoricé porque en aquél entonces mi cerebro si funcionaba como dictan las santas escrituras, no como ahora que al parecer ya empieza a fallar.
Pasados unos minutos la chica se arrimó un poco mi banca para preguntarme algo que había dicho el profesor sobre el trabajo final, le repetí lo que recordaba de las instrucciones que había dictado.
Me dijo gracias y luego empezó a platicar conmigo algunas cosas sin sentido, mi nombre, mi ausencia, etcétera. Me dijo que se llamaba Josefina. Me platicó lo que habíamos hecho en todo este tiempo y lo mucho que odiaba tener que entrar a la clase.
Recuerdo bien ese día porque eramos el último grupo en salir de la escuela debido a esa materia. Y la escuela era un cementerio, la luz del sol empezaba a acabarse, yo miraba la ventana y esta niña seguía hablando.
No pensaba en Isabel, no pensaba en nada interesante, sólo en lo mucho que me molestaba hacer el trabajo final de esa materia.
Entonces Josefina lo dijo claramente, y eso que dijo siempre resuena en mi memoria, como un eco que siempre vuelve del pasado:
– Tienes bonita voz Efraín.
Me le quedé mirando, y aunque sé que el tiempo barrerá el cómo se veía su rostro, sé que jamás se llevará el recuerdo de lo que dijo, sus palabras han sido un eco que sigue sonando a través del paso del tiempo.
Isabel no iba a ser la única que se fijara en mi voz, Josefina me lo había confirmado. Aunque no me sentía herido, por alguna extraña razón sus palabras hicieron que me sintiera sanado y que sepultara aún más hondo el recuerdo de Isabel.
Le dije gracias, luego sonreí y seguí mirando por la ventana, observando como los últimos rayos de sol pintaban el cielo color naranja.
Como dije, sus palabras siguen haciendo eco a través del tiempo, mientras escribo esto. Pienso en lo mucho que ha pasado el tiempo, pienso en si el mismo también me quitará algún día este recuerdo, y al final, más que un eco, se convierta en una reverberación. Castigando el eco de mis recuerdos, así como Hera castigó a Eco.
Pero mientras ese momento llegue… seguiré enarbolando mi voz en cada texto.
[…] de haber contado el funesto final entere Isabel y yo en el capítulo pasado, lo mejor es que empiece contando dos secretos que pocos de ustedes saben: Yo sé bailar, y mucho […]
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