
Daniela es una niña, solo por ese sencillo hecho tiene esa naturaleza onírica y muy inherente a la infancia.
Daniela duerme todos los días mirando la ventana, observando por mucho tiempo la luna que brilla en lo más alto de todos los cielos, ella se hace preguntas interesantes sobre la luna, preguntas que muchos adultos han dejado de hacerse.
Está decidido, Daniela quiere ser astronauta y pisar la luna.
Conforme pasan los años, Dani va cambiando sus sueños. Se empieza a interesar por los aviones, las naves y el Jet de combate FTRX-23, una persona muy curiosa. Con el tiempo cambiará su sueño y preferirá ser ingeniera aeroespacial, sus sueños ya son muy distintos. Ahora sueña con diseñar aviones más chingones, una nave más económica, se imagina haciendo grandes cosas, se imagina siendo contratada por Elon Musk para trabajar en spaceX. Sueña con ser el próximo Howard Hughes, se siente como en la película de Scorsese, se pregunta si Leonorado DiCaprio también la interpretaría… Grandes sueños los de esa ave de vuelo pedestre.
Luego tenemos al niño Juan. Juan es lo que una sociedad de exiguas palabras considera como «malo», pero también sueña. Mira en su televisión un documental de Hitler matando miles de judíos, mira a los miles de seguidores saludando al Tercer Reich. Se para, levanta su mano y lo saluda. Juan quiere ser el mayor genocida antisemita que ha existido en la historia de la humanidad. Quiere matar negros, quiere matar árabes, irlandeses, todo lo que ha leído en libros y televisión que deben ser asesinados. El salvador del nuevo mundo, la segunda venida de Jesucristo, padre de la eugenesia.
Aunque los sueños de Juan pueden ser criticados, es cierto que son grandes, muy grandes. Tan grandes e importantes como pisar la luna que quería Daniela.
Es la magia de los niños, sueñan cosas grandes. Por desgracia, no todos son así…
En esta sociedad decadente llena de manzanas putrefactas que se creen la manzana buena, abundan los niños cuyos sueños se convirtieron en un insulto para los onironautas.
Podríamos tomar una de las millones de manzanas, pero con Roberto bastará:
Roberto nunca soñó nada, él solo veía Dragon Ball en la televisión y las caricaturas de turno, a veces veía el chavo del 8, nada interesante, solo vivía, por inercia, porque es lo único que había que hacer, así lo educaron las manzanas que ya son más vinagre que manzanas, esos seres a los que llama padres.
Roberto creció y probó las drogas, no sabemos si fue una tacha lo que cambió la sinapsis en el cerebro, tal vez fue el exceso de marihuana, ¿quién sabe?, los caminos del señor son misteriosos.
Roberto fue a bailar música electrónica a una especie de festival local, el efecto de las drogas y el alcohol le hicieron creer que para eso nació, para ser uno con el cosmos a través de música psy-trance y otras mierdas sin fundamento científico alguno de que «liberen la mente» o abran los chakras del cuerpo.
Roberto se hizo un tatuaje del mantra del «Om», ahora está a un grado más elevado de existencia, nos mira a todos con sus ojos caudalosos de desdén, él ha alcanzado ese Nirvana, tú y yo lejos estamos de acercarnos. Una mirada cabizbaja a esos pobres humanos sembrados al suelo.
Roberto entra a la universidad solo porque no quiere que su familia le diga algo por no tener una carrera profesional, total, es lo que sigue, ¿qué más podría hacer?
Roberto es una de esas manzanas podridas, ahora sus sueños están muy bien definidos.
Un día en youtube se topa con un vídeo sobre el Tomorrowland… Mira a toda esa gente, son como él, se siente identificado, ese es el sueño que le faltaba para darle sentido a la vida.
Entra rápido a Facebook y comparte una de las frases más pendejas de la historia: «Mi gran sueño, ira Tomorrowland, ¡algún día!». *carita con ojos de corazones*
A Roberto no le interesa pisar la luna, no le interesa descubrir la cura del cáncer, no le interesa ser el mejor asesino serial o ser modelo, él solo quiere ir a Tomorrowland, porque para eso nació… Para ser un ravero apestoso.
Es bien sabido entre las cutro vedas hinduistas que el humano nació para tatuarse un Om y para ir a un festival de música, ¿para qué otra cosa vendría el humano a esta orbe olvidada por todos los dioses hinduistas?, ¿qué es la minucia de pisar la luna contra la enormidad de meterte unas tachas y bailar canciones del Steve Aoki?
Nada, no somos nada. Solo somos esos soñadores de día a los que al parecer todo se les escapa, toma esa Edgar Allan Poe, estabas equivocado. Por eso eras alcohólico, por no ir al Tomorrowland para hacer catarsis de todo ese incesto con Virginia.
En fin, larga vida a los que sueñan con cosas tan grandes como el Tomorrowland, el mundo llegará muy lejos si seguimos el mismo sino.
Muy lejos…