w
Título: ¡Cagón!
Por: Efraín Puentes.
Quiero que sean lo más honestos posible conmigo, ¿alguna vez han ido al baño y se han dado cuenta ya hasta el final que no hay papel? Siempre he creído que eso es algo que te tiene que pasar para poder autodefinirte como adulto. Si no te quedas sin papel de baño entonces no has sentido el verdadero miedo.
Hay a quiénes les ha pasado en el trabajo, a quienes les ha pasado cuando están de compras, inclusive alguna vez escuché como un soldado en la segunda guerra tuvo que limpiarse el culo con el rostro de un soldado enemigo al que había asesinado.
Quedarse sin papel es un accidente que se debe a que tu cerebro sólo está controlando milimétricamente los movimientos de tu ano y no tiene tiempo para reparar en otras cosas. Alguna vez leí en una revista que tenemos millones de terminaciones nerviosas en el culo, tanto así que el cerebro interpreta el cagar como un placer divino. Esa es la razón por la cual algunos hombres se vuelven homosexuales, disfrutan tanto cagando que una vez que empiezan las travesuras en su culo ya no saben cuándo detenerse.
A pesar del increíble placer, todos coincidimos en algo en el arte de cagar: Quedarse sin papel es un verdadero terror.
A menos, claro, que te pase en tu casa, cuando pasa en tu casa puedes hacer lo que quieras. Puedes salir desnudo por un rollo de papel, puedes limpiarte el culo en el lavamanos o le puedes decir a tu mamá que te traiga un rollo, venga, que tienes toda la libertad posible.
Eso fue exactamente lo que me pasó a mí…
Un día me desperté como a medio día y fui directo al baño. Estaba sentado en el retrete expulsando todo lo que mi organismo había decidido que no enriquecería mi alma. Como todo buen cagón estaba disfrutando todos los memes novedosos que Facebook ofrecía. Después de media hora de memes, le siguió otra media hora de vídeos de gatos haciendo cosas de gatos. Mi mamá tocó la puerta.
—Necesito que salgas —me dijo.
—¡Ya voy! —le contesté. Cerré Facebook y todo lo demás. Lo mejor era salir lo más rápido posible, Dios no quiera que mi mamá piense que me estaba jalando la verga, o peor aún; que me estaba metiendo algo en el culo.
Cuando miré el lugar donde ponemos el papel de baño el miedo se apoderó de mí. El lugar estaba vacío, me sentí la persona más desdichada del planeta, ¿cómo era posible?, ¿a cuántos judíos había asesinado en los campos de Auschwitz en mi vida pasada para merecer esto?, miré el techo del baño con rencor, mi mirada de odio iba dirigida a Dios.
Luego comprendí que como todo adolescente dramático estaba exagerando las cosas, mi mamá podía rescatarme. Hice gala del primer grito de auxilio que uno debe aprender en su jodida vida, incluso antes que aprender a comunicar «S.O.S» en clave Morse:
—¡Mamáaaaaa, noo haay papeeeeeeeel! —le grité.
Estaba de pie, veía toda la obra de arte que había dejado en el retrete, puse la cámara de mi celular y le tomé una foto. Tengo una colección en Instagram, tengo más de 10 mil seguidores amantes de cualquier cosa escatológica. Aquello sin duda alguna me daría aplausos y reconocimientos a nivel mundial, incluso alguna nominación al premio Pulitzer.
Mi mamá tocó la puerta y abrí, tuvimos que aplicar la clásica maniobra en la que sólo mete la mano con el rollo de papel y yo lo tomo, Dios en el cielo sabe que está prohibido que alguien te vea cagar.
—Gracias —le dije.
—Necesito que salgas del baño —me contestó.
Me limpié el culo, el papel de baño era de esos que tienen grabados de flores y que tienen fragancia lavanda, nunca me ha agradado el papel de baño aromatizado, cualquiera pensaría que es lo normal, yo me preocupaba de que aquél olor se quedara impregnado, cualquiera podría llegar a pensar que me metí una botella de windex en el culo.
Estaba terminando de subir mi obra maestra a Instagram cuando en ese momento vi una notificación en el whatsapp:
Mamá: No voy a poder llegar a hacer comida, estoy con unas amigas.
En ese momento mi piel se puso como carne de gallina, algo golpeó la puerta con más fuerza:
—Necesito que salgas —dijo la voz.
Mi mamá y yo vivimos solos…