Pesadillas

Muchas veces he tenido la misma pesadilla.

Hay una señora cruzando la calle tomando a su hijo de la mano, lo lleva a clases. La escuela es de esas primarias ubicadas en medio de la colonia, con su respectivo parque. La señora vive frente a la escuela, lo cual hace el trayecto demasiado confortable.

Una vez que lo deja le dice que se porte bien y que a la hora del recreo lo espera en la reja de la escuela para llevarle algo que coma.

La señora regresa a su casa y se pone a hacer todas esas actividades típicas de ama de casa mientras espera a que sea la hora de preparar la comida y llevársela a su niño.

Pasa un rato y se da la hora de empezar a preparar la comida para su hijo. El sonido de fondo en la casa es la televisión con los típicos programas de la tarde. La señora mira el reloj, luego mira la escuela desde la ventana de la cocina, sonríe y sigue cocinando, se le cae una cuchara y de inmediato se agacha por ella.

Antes de siquiera levantarse la señora logra escuchar dos cosas al mismo tiempo: El cómo se rompen los cristales de las ventanas de toda la casa y el fuerte estruendo proveniente de la calle.

La señora cae directo al suelo y se asusta, se levanta y mira por la ventana, sale corriendo y llorando al mismo tiempo en dirección a la primaria, o más bien, lo que quedaba de la primaria.

Entre más se acerca más se rompe en un desesperado llanto, mira por todos lados y sólo hay escombros, cenizas, polvo y todos los miembros de los niños: Manos, piernas, cabezas, torsos, vísceras sin forma alguna, rojo.

La señora sólo se arrodilla y se pone a llorar mientras aprieta con fuerza los escombros con su mano.

La misma escena pasa cientos de veces ante miradas de cada padre y madre de familia, incluso los vecinos que no tienen hijos asisten y lloran, todos se indignan ante la pérdida de los cientos de vidas que había cobrado la explosión. Todos lloraban el trágico suceso.

En eso voy yo, caminando entre los escombros, pero no parezco del todo yo, por alguna extraña razón visto traje, corbata, mi vestimenta es demasiado formal y refleja “eso” en lo que todos me quieren ver convertido y que yo tanto rechazo.

Sigo caminando entre los escombros, pisando los cadáveres de los niños y viendo a los padres a los ojos, todos me ignoran, están muy ocupados sintiendo dolor.

En el centro de la escuela me está esperando otro hombre extraño que está vestido igual, no se le ve la cara, sólo la boca.

Me sonríe y noto que tiene unos filosos colmillos bañados en sangre. Me extiende la mano y me dice:

«Hola de nuevo Efraín, te estaba esperando. Aquí está lo que me pediste».

Saca algo de la bolsa y me lo entrega. Es uno de esos espejos circulares pequeños, como los que tienen los polvos que usan las mujeres para maquillarse.

Le agradezco y me retiro, el hombre con colmillos se agacha por la cabeza de un niño y se la empieza a comer, yo me alejo mientras escucho como sus dientes rompen el hueso del  cráneo.

Yo vuelvo a mi casa, se hace de noche, prendo la televisión y pongo las noticias donde hablan sobre el trágico suceso. Saco el espejo de mi bolsillo y lo miro, en el puedo verme a mí mismo llorando de niño en esa misma primaria.

Abro un cajón y lo guardo con otros espejos.

Me quedo dormido escuchando las noticias de la noche, se hace más oscuro, y cuando más oscuro se hace es cuando despierto.

 

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