Podría caer profundamente enamorado de chicas normales, sanas, de buena familia y de un elevado sentido de la moral. De esas que aman las flores y escribir cartas de amor, de las que miran las nubes y encuentran formas de animalitos.
Pero no, me gustan las locas, las que tienen problemas que ni ellas mismas entienden, que yo no entiendo, que nadie entiende. De esas que le sacan canas verdes a los psicólogos, de aquellas cuya existencia hicieron nacer la psicología como tal.
De esas chicas que están tan locas que incluso a veces su propia locura les huye, una locura que corre lejos para no sentirse atrapada en alguien con tantos problemas.
Pero locas de verdad, no de esas que se creen locas para llamar la atención, no de esas locas que piensan que están locas porque un día prefieren dulce, otro día lo salado. No de esas locas que un día les gusta que te las cojas duro y otro día despacio.
Porque precisamente la chica que menos llama la atención es la que en verdad está loca, la que más se conoce a sí misma es la que en verdad conoce la locura que todos llevamos dentro.
Me gusta creer que las puedo ayudar, luego; con el tiempo, su locura las alcanza y me doy cuenta que todo fue un intento en vano, que yo solo me puse una cuerda en el cuello. Su locura es la que me aleja, su locura es la que me dice que yo tengo la culpa, que yo soy la peor persona que han conocido.
Y precisamente, cuando me despido y cierro la puerta, en ese momento es en el que cambian, un poco, pero cambian, y lo hacen para bien, porque parte de su locura se fue conmigo.
Ese soy yo, un coleccionista de locura ajena, aumento la mía en aras de reducir la que hay en este mundo.
Y por alguna extraña razón, coleccionarla me hace menos loco que aquellas personas que tanto se esmeran en regalarme parte de la suya.

[…] ¿por qué siempre dejan que me enamore de las locas?, ¿se divierten viendo cómo arruino mi vida y mi […]
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