[Cuento]: Rompope.

                Frente a nosotros estaba uno de mis mejores amigos, con entusiasmo nos contaba la historia del cómo había logrado que otra estudiante del convento de monjas follara con él, todos reían de la forma graciosa con la que nos contaba los hechos:

─ ¿Puedes creerlo?, en cierta parte follar con una monja es como follarte un pingüino, no sé si Dios me castigará por promiscuo o por zoofilia. Te lo digo, esas monjas están muy locas, no usan ropa interior, si te pones a pensar tiene sentido, ¿para qué usar ropa interior si nadie te la va a quitar?, el roce de la ropa con los genitales nunca ha matado a nadie, la ropa interior es algo que inventamos nosotros los humanos para volver más divertido el sexo, llenarlo de misterio, como la emoción que sientes al abrir un regalo de cumpleaños, la diferencia es que al regalo no te lo follas, bueno, eso depende de qué  tipo de regalo sea.

                Entre todas las risas el único silencio era el mío, no es que esté en contra del sexo con monjas, pero a diferencia de todos mis amigos yo era el único que nunca había intentado follar con alguna de ellas. Debo admitir que me daba miedo, las veía como algún tipo de reliquia, algo sagrado, creía que hacérselo a una monja era tan pecaminoso como venirte en las hojas de una biblia, ¿puedes imaginar los años que tendría que pasar en el infierno para pagar esa deuda a Dios?, quinientos años, yo mismo hice la cuenta.

                Cualquier hombre conoce bien la presión psicológica a la que te ves orillado cuando no haces lo que el grupo de amigos hace, o como dice la frase: «A donde fueres haz lo que vieres», en cierta parte tienen razón, si formas parte de un grupo de amigos es porque aceptas sus ideas, sus principios, sus opiniones, sus drogas, y claro, el impío deseo de escribir tu nombre con semen en el trasero de una monja.

                Mis amigos ya sabían que yo nunca había logrado nada con ninguna monja en las veces que nos logramos fugar en el convento por la noche, tal vez te parezca raro, pero el convento de monjas tiene muchos accesos, nadie cuida por las noches, sólo una muy anciana y sorda madre superiora deambulaba por los pasillos de vez en cuando. Tal vez era una sociedad con el miedo de ser confinados al infierno, ¿pero qué sabe del infierno el pene de un joven de 19 años?, sencillamente nada. Lo que intento decir es que divertirte con monjas no es precisamente algo que haga el ciudadano promedio, un convento no es una prisión de máxima seguridad, se sirve a Dios por iniciativa propia, no por obligación, por ende, no entras a un convento por el miedo y no sales de el por tu voluntad, ¿quién necesita medidas de seguridad en la casa de las hijas de Dios cuando el miedo es la mejor muralla?

                Es muy fácil volverte la burla de tus amigos cuando no has logrado poner en cuatro a una de esas lascivas monjas,  ¿pero qué te puedo decir?, soy de esas personas que no nació con el don de ir a la acción, soy más del tipo conversador, siempre he sido alguien con sentimientos a flor de piel, emocional en todo el sentido de la palabra, ¿cómo iba simplemente a penetrar a una de las servidoras de Dios?, sentía que iba a tener que pagar quinientos años más en el infierno si no tenía la conversación pre coital, ¿pero cómo le sacas plática a una monja?

 ─ ¿Y tú qué tal?, ¿Vienes mucho por estos lugares?, ¿sí?, también el padre nuestro es mi oración favorita, ¿te gustaría follar enseguida de aquella cruz o prefieres encima del retrato de esta virgen?

Simplemente no tenía sentido lo que estábamos haciendo.

                Los maniacos sexuales de mis amigos no tardaron mucho en planear el siguiente atentado contra el convento, en realidad el plan siempre giraba en torno al ciclo menstrual de nuestras amigas, se supone que en el convento no se usaban condones, nuestras amigas nos dijeron que Dios estaba en contra de los condones, tú sabes, es pecado atentar de esa manera contra el curso natural de la procreación, por ende, las aventuras nocturnas que se llevaban en aquel convento tenían que ser fríamente calculadas, la madre superiora era sorda, más no retrasada, en estos tiempos ya nadie se cree la excusa del espíritu santo para un embarazo sorpresa.

                Aún recuerdo bien esa noche como si hubiese sido ayer, en la distancia se perdía el sonido de la última campanada del reloj del convento marcando el inicio de la media noche. Mis amigos me habían estado animando durante todo el camino, decían que esa era mi noche, el día en que cambiaría mi vida por el simple hecho de probar los etéreos placeres que sólo una monja te puede dar. Como podrás notar, la línea entre la comedia y lo blasfemo hace tiempo había sido completamente ultrajada.

                Una vez en los dormitorios iniciamos nuestra silenciosa fiesta, no sólo éramos blasfemos y promiscuos, también estábamos tomando el rompope que las monjas hacían, ponerte una borrachera con rompope es una de las mayores proezas que alguien puede lograr, alcanzas el coma hiperglucémico y el etílico al mismo tiempo.

                Una vez animados por los efectos del alcohol iniciaba la verdadera fiesta, éramos sólo cinco hombres para doce monjas, era lógico que unas se irían a dormir temprano después de rezar su respectivo padre nuestro, las afortunadas primero habrían de gritarlo.

                Yo platiqué mucho esa noche con Isabel, era una chica hermosa, tenía un cabello negro, una piel clara y la sonrisa de un ángel, y aunque suene un poco pervertido, detrás de esas extrañas ropas que usaba se notaba que había algo más, la mujer tenía unos increíbles atributos. Isabel me contó que ella no estuvo en el convento toda su vida, sus padres la mandaron allí porque la atraparon teniendo sexo con una amiga, sus padres creían que aún estaban a tiempo de salvar el alma lésbica de su hija, ¿y yo?, bueno, yo estaba a punto de mandarla al infierno de nuevo, diez mil padres nuestros necesitaría rezar Isabel por cada uno que habría de hacerla gemir esa noche.

                Es curioso, yo realmente sentí afecto por Isabel, me gustaba su voz, me gustaba su cabello y por alguna extraña razón me gustaba saber que era una pecadora, como bien dije, era un hombre muy emocional, me había enamorado completamente de ella en menos de una hora. El problema es que ella era una monja, ¿cómo era posible tener una relación verdadera con ella?, ¿cómo la sacaba de ese convento?, peor aún, de lograrlo, ¿cómo se la presentaba a mi familia?, tendríamos que salir sólo de noche, tendría que inventar que Isabel tenía alguna extraña enfermedad en la piel que no la dejaba estar en el sol, mi familia pensaría que me estaba acostando con algún tipo de vampiro.

                A Isabel no le importaba una mierda si yo la amaba o no, no esperó, tomó mi mano y casi arrastrándome me llevó hasta su cama, ¿puedes creerlo?, mi fantasía de amor estaba a punto de ser convertida en una de esas historias oscuras y sexuales de las que no puedes platicar con tu familia, de esos secretos que te llevas a la tumba, «me follé a una monja» no es precisamente la oración con la que inicias un tema de conversación. Ante todo intenté ser razonable y hacerla ver que tal vez era un error lo que estábamos a punto de hacer:

─ ¿Estás segura de esto?, tal vez el rompope no te está dejando pensar con claridad.

                No te voy a mentir, soy hombre, una vez que tomó mi pene y se lo introdujo no sólo perdí mi capacidad de raciocinio, también perdí todo respeto por lo sagrado, por Dios, Alá, Quetzalcóatl y todos esos dioses a los que había temido tanto todos estos años. En mi mente empezaban a maquinarse pensamientos oscuros: «Cuando las monjas follan, ¿Sudan agua bendita?». Ya no me importaban los quinientos años que iba a pasar en el infierno, cada gemido de Isabel lo valían, de hecho iríamos al infierno los dos, allí seguiríamos follando, me había convertido en un ser de oscuridad, en un emisario de la maldad.

                Yo estaba a punto de eyacular y tenía que dar el aviso, pero, ¿cómo lo hacía?, recuerdo que un amigo me había dicho que un hombre sumiso y maricón pregunta donde venirse, en cambio, un hombre dominante, alfa y transgresor se viene donde le venga en gana, yo ya no era el sumiso maricón que había sido toda la vida, yo me estaba follando una monja, eso me daba puntos en mi hombría, hoy yo podía hacer lo que quisiera, así que decidí venirme dentro, total, ella tenía controlado su ciclo menstrual.

                Misteriosos son los caminos del señor, el mejor sexo de mi vida estaba a punto de convertirse en la peor de todas mis pesadillas. En el preciso momento en que terminé alguien abrió la puerta, era nada más y nada menos que la anciana y sorda madre superiora. Isabel se enredó con una cobija y brincó hacía el piso, estaba llena de miedo, habíamos sido atrapados, no le importó dejar mi miembro al descubierto, serían más años de infierno por el simple hecho de que la madre superiora haya visto mi pene, es alguien de mayor rango con Dios, es mayor el pecado.

                Había pocas acciones que tomar en ese momento, pensé en saltar por la ventana pero tenía miedo de que algún cristal me cortara alguna arteria y muriera desangrado en el instante, ¿puedes imaginar la noticia?, desnudo, sudado, lleno de semen y muerto por hemorragia dentro de un convento de monjas, sería la vergüenza de la familia, por ende, decidí tomar la peor decisión de todas: Salir corriendo por la puerta.

                Me levanté y mientras corría tapando mi cara lleno de vergüenza la madre superiora intentó detenerme, intenté esquivarla pero rocé ligeramente con ella, la mujer cayó directo al piso. Mis amigos habían salido también desnudos de diferentes habitaciones completamente asustados por el alboroto, yo estaba temblando de miedo, golpear a una madre superiora eran demasiados años en el infierno, ni todos los padres nuestros del mundo serían capaz de darme el perdón de Dios.

                Tomamos nuestras ropas y salimos corriendo del convento, pasados unos minutos y después de recuperar el aire en las afueras se escuchó un grito de auxilio que provenía de una de las chicas, nos miramos los unos a los otros y tomamos la decisión mutua de volver a entrar, algo malo había pasado, era un llamado a nuestro deber católico.

                Mi piel se puso pálida, temblaba y un nudo en la garganta dificultaba mi respiración, ante nosotros yacía una madre superiora muerta, al parecer el golpe que se dio en el suelo la había matado. Todos estábamos callados alrededor del cadáver, ¿qué debíamos hacer?, ahora ese era nuestro problema, me había convertido en un asesino de la noche a la mañana, y todo por haber pensando con el pene, ahora miraba por la ventana y deseaba ver mi cuerpo desangrado y bañado en semen, cualquier cosa en ese momento era mejor que asimilar el hecho de haber asesinado a una monja, no sabía cuál sería mí futuro, ¿tienes idea de lo que te hacen en una prisión cuando saben que entraste por asesinar a una monja?, lo más probable es que te violen con alguna biblia, un castigo divino.

                Intenté recordar si tenía abogado, no lo tenía, un chico de 19 años no tiene abogado, ninguno de nosotros lo tenía, además, ¿qué abogado en su sano juicio se atrevería a defender a este Ted Bundy moderno?, ninguno. Iniciamos con la lluvia de ideas, un amigo dijo que tal vez sería bueno llamar a la policía y decir que fue muerte natural, el problema era que la monja tenía un golpe en la cabeza:

─ Buenas tardes señor oficial, como podrá observar, la madre superiora tuvo una muerte natural causada por un golpe de esos naturales y típicos en la cabeza, tan natural como recibir una bala, vaya, la muerte es natural.
─ Señor juez, como podrá observar, mi cliente tiene un natural retraso mental.

                La idea era completamente estúpida. Otro amigo propuso quemar el cadáver, eso sí era un plan decente. Simplemente había que incinerar a la maldita monja y desaparecer las cenizas en el mar o algo así, podríamos meterla en una vasija y si nos preguntaban algo podíamos decir que eran las cenizas de un familiar:

─ Así era nuestra abuela, siempre le gustó el mar, lo hacemos en su memoria. No tienes idea de cuánto nos hará falta.

                Como malditos enfermos sexuales y ahora criminales nos pusimos manos a la obra, yo temblaba por el miedo y la culpa. Mientras buscábamos en el convento algo que nos facilitara las llamas yo pensaba en todo lo que me había orillado a convertirme en uno de los mayores asesinos del estado, un asesino sacado de una novela de terror, era una especie de Hannibal Lecter, la diferencia es que él era fantasía, yo era algo completamente real.

                Al parecer la noche estaba a punto de empeorar, no encontramos absolutamente nada, era obvio, gasolina, explosivos y ácido no son precisamente el tipo de materiales que tienen las monjas en sus conventos. Un amigo propuso una idea razonable:

─ ¿Y si la encendemos con rompope?, el rompope tiene alcohol, el alcohol es inflamable.

                Tal vez haya sido por la desesperación pero nos pareció buena idea, desnudamos a la maldita anciana, tomamos todas las botellas de rompope y la empezamos a bañar. Vaya sorpresa y decepción que nos llevamos cuando no pudimos encender el cadáver. ¿Sabes cuántos grados de alcohol tiene una botella de rompope?, prácticamente el agua que sale por el grifo tiene más alcohol. Ahora no sólo teníamos el cadáver de una monja anciana desnuda, ahora teníamos el cadáver acaramelado de una monja anciana desnuda, eso en un juicio se vería peor:

─ ¿Podría el acusado explicar porque el cadáver de la madre superiora estaba desnuda?, ¿Por qué estaba bañada en rompope?, ¿Acaso usted y sus amigos intentaron algún tipo de filia sexual con ella?

                Pasados unos minutos mi cabeza por fin pudo enfriarse y empezó a pensar con más claridad, en ella ya no estaba la anciana muerta desnuda, ya no había miedo, ni siquiera estaba el recuerdo de los senos de Isabel, había ideado un plan digno de Ted Bundy.

                Les dije a mis amigos que esperaran una hora aproximadamente, iría a una gasolinera cercana y compraría unos galones de gasolina, cavaríamos un agujero y en el incineraríamos a la anciana, no sólo nos estaríamos deshaciendo de la evidencia, sino que la estaríamos dejando algunos metros bajo tierra. Al menos ese era una mejor idea que la de bañarla en rompope, ellos para mí suerte aceptaron, después de ello partí.

                Pasada la hora volví con la gasolina y todavía con la culpa de los pecados que había cometido esa noche, a pesar de ello me puse manos a la obra y a seguir todo acorde al plan.

.  .  .

                Ese día llegué a mi casa como a eso de las cuatro de la mañana, me di un baño y esperaba que al amanecer todo fuese un sueño, tal vez si oraba Dios me podría perdonar, tal vez si daba comida a los pobres, tal vez si adoptaba un perro, tal vez si no me hubiese venido dentro de Isabel, tal vez si me volvía sacerdote, había tanto pecado en mí, tanta culpa, ¿Acaso Dios puede perdonar cosas de esa magnitud?, tal vez no.

                Mi madre nos habló a todos para desayunar, yo estaba algo cansado por toda la actividad nocturna que había tenido, mientras desayunábamos en la televisión transmitían las noticias:

                «Los bomberos acudieron durante esta madrugada al convento San Agustín para apagar las llamas de un incendio que se apoderó de todo el lugar, posteriormente las autoridades llegaron al lugar de los hechos pues los bomberos habían sacado de dicho lugar 17 cadáveres. Los forenses informaron que se trataba de 13 mujeres que al parecer eran las monjas que vivían en dicho lugar y 4 hombres jóvenes de entre unos 17 a 21 años de edad, al parecer las victimas ya habían perdido la vida antes de ser incineradas ya que todos los cuerpos presentaban una mutilación en el cuello. De momento las autoridades ya han iniciado una investigación para encontrar a los culpables».

                Mi familia impactada sólo miraba la televisión, yo sonreí y le di un trago a mi vaso de rompope mientras en la otra mano cargaba un cuchillo que sólo esperaba la pregunta adecuada de mi familia: ¿De dónde sacaste ese rompope?, como te dije… Un Ted Bundy moderno.

Amén.

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