Como sociedad muchas veces nos preguntamos el porqué de las cosas malas: ¿Por qué tanta corrupción?, ¿por qué tanta injusticia?, ¿por qué tanto de esto?, ¿por qué tanto de aquello?, es difícil darle respuesta a tanta pregunta, pero a veces no es tan importante buscar el origen de la enfermedad, sino enfrentarla.
Hay muchos métodos para hacerle frente a un mal en la sociedad, a través de la historia nuestros remedios han demostrado ser peor que la enfermedad. Con los errores a través de la historia hemos aprendido que una de las mejores formas para pelear es con la educación.
Pero, ¿qué hacemos cuando la educación se ha convertido en parte del mal?, hemos llegado a un punto donde la educación está sobrevalorada, hemos apostado tan ciegamente por ella sin detenernos a pensar si la misma sigue demostrando ser la solución como tiempo atrás lo fue.
Hemos buscado de forma desesperada llenar salones de clase con alumnos y con profesores sólo para presumir que tenemos mucha educación a pesar de toda la que nos falta. Nuestro deseo por buscar cantidad en vez de calidad nos ha orillado a tener malos profesores y malos alumnos, pero… ¿Cómo un alumno puede ser malo?, ¿cómo podemos decir que existen malos alumnos cuando el deseo de aprendizaje es algo completamente inherente a nuestra humanidad?, ¿en qué momento le hemos dado una escala al aprendizaje?
Me parece ridículo que todos los profesores en este día reciban felicitaciones de una forma completamente imparcial, como si el hecho de ser profesor los eximiera de ser humanos, de cometer errores, ¿desde cuándo ser católico te convierte en buena persona?, ¿desde cuándo tener un hijo te convierte en buen padre?, ¿desde cuándo tener unas siglas antecediendo a tu nombre te convierte en «bueno» por antonomasia?
He visto en los ojos de mis compañeros el miedo de cuestionar al maestro frente a nosotros, he visto miedo a la idea de cuestionar a la persona, miedo a ser calificado despectivamente por esa persona, el miedo inconsciente que malos profesores han dejado en los recovecos de cada estudiante.
He visto a mis compañeros asumir verdades sólo porque el hombre frente a nosotros nos dijo con arrogancia: «Confíen en mí», luego he visto a esos mismos hombres quejarse de sus alumnos por no cuestionar nada, sólo poniendo sal en la eterna herida de la educación.
Vivo secuestrado en un sistema de educación del cual no puedo escapar pues se me amenaza diciéndome que no me abriré puertas haciendo gala de mi ignorancia, de mi forma de ser. Vivo atrapado en un salón de clases donde los alumnos no tienen libertad de expresión, alumnos a los que se les ha enseñado a hablar «correctamente», alumnos que con ostentosas palabras de forma cínica cuentan las más grandes mentiras, pero venga, ¿a quién le importa la verdad?, ¿a quién le importa hacer la diferencia?, vivimos en una sociedad que te premia por asumir, por ahogar tu sollozo, una sociedad en la que si quieres avanzar es mejor aprender a callar…
Me parece ridículo que en éste día se halaguen a los inamovibles y ya corrompidos pilares que sostienen un deficiente sistema de educación, me pone triste que la gente olvide éste y todos los días, que en vez de vanagloriar un deficiente sistema de educación se debería luchar por su completo derrocamiento.
Me parece pedante que los profesores se hayan deshumanizado, que hayan perdido el amor por la educación, que haya más «prestigio» en la palabra de un hombre, que vocación. Me parece injusto que yo deba verme como menos a alguien que tiene «Dr.» en su nombre, me parece funesto que se me eduque para guardar un respeto ciego a alguien que bien puede saber mucho de poco, pero poco de mucho. Se me hace engreída la postura de aquellos que por las siglas en su nombre se presentan como alguien insuperable, cuando esos mismos hombres deberían estar sembrando inspiración, un eterno aire de superación.
Tal vez sea recalcitrante mi postura, tal vez sea yo el equivocado, tal vez… Pero mira la sociedad, mira a tu alrededor, mira bien, pues todo eso que ves es el producto de tu «buena educación».
Me parece nefasto que a pesar de haber estado en nuestros zapatos los profesores se esmeren en seguir apagando la poca luz que queda en los ojos de mis compañeros, me parece estúpido que el único brillo en los ojos sea el de las lagrimas cuando no tienen el valor de nacer.
Es triste levantarte todos los días odiando tu trabajo, pero no hay mayor tragedia que alumnos y profesores se levanten con ese mismo odio, un odio mutuo, no hay mayor desgracia.
Espero que en este día del profesor los que son buenos lo sigan siendo, porque en la carne no reside la inmortalidad, pero no habrá mayor legado que aquél que puedas dejar en las mentes de tus alumnos, no hay mayor placer que saber que tu inmortalidad será el día en que tu alumno se convierta en maestro, y tal vez… En uno mejor que tú. Ese día será cuando tu deuda con el sistema de educación quedará saldada.
Llámame loco, polémico, inadaptado, resentido, agitador, llámame como quieras, pero no por ser tu día me quedaré callado y te adornaré de falsos halagos si no son merecidos.
Te quiero, porque aunque seas de los malos… Me has enseñado como no ser un profesor.
Atentamente:
El peor de todos tus alumnos.
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